Homilía en la Eucaristía de inicio de curso 2014-15 de la Real Federación de Hermandades y Cofradías, en la que tomaron posesión de sus cargos los nuevos miembros de la Junta de gobierno y cuatro nuevos Hermanos Mayores recibieron sus medallas federativas
Fecha: 23/10/2014
Queridos
presidente y miembros de la Junta directiva de la Federación,
Hermanos Mayores
y familiares que os acompañan:
El Evangelio que acabamos de escuchar
nos choca; en cierto modo, parece la descripción de lo que es el mundo sin necesidad
de Cristo, porque eso es lo que en el mundo hay: división. Y división de unos
contra otros. División, muchas veces, sin motivo suficiente y sin curación
posible. ¿Es de eso de lo que nos está hablando el Señor cuando dice que Él ha
venido a traer eso a la tierra? No, sin duda que no. Eso es lo que existe; normalmente,
ese es el estado normal de los hombres, justamente en la misma medida en que entre
los otros falta la presencia del Dios que es amor.
Y sin embargo, lo que dice el Señor
es verdad, y lo ha sido desde el principio. Es decir, desde el principio, Él ha
venido, como dice Él en el Evangelio de San Juan en una ocasión: ‘Yo he venido
a reunir a los hijos de Dios dispersos’. Viene a curar nuestras heridas y, sin
embargo, los hombres lo condenamos a muerte. Y no a los suyos, y los suyos no
la recibieron.
Nosotros recordamos todos los años (nadie
mejor que vosotros la sabe) los episodios de ese rechazo del mundo: ‘El mundo
os odiará -decía también en el Evangelio de San Juan, en el discurso de
despedida de la Última Cena-, pero no os debe sorprender que el mundo os odie
porque me han odiado también a mí’.
(…) en la historia de la Iglesia, en
lo que tiene de más profundo y de más grande la historia de la Iglesia, hay
muchas mezquindades y muchas miserias porque los seres humanos, aunque estemos
en la Iglesia, no siempre abrimos nuestros corazones a la gracia de Dios y a la
novedad que Jesucristo supone. Pero la historia de la Iglesia lo que tiene de
más verdadero, de más profundo, de más auténtico como misterio de la vida
divina en medio de los hombres es, desde el principio, un inmenso amor al mundo
y, al mismo tiempo, una persecución y un odio del mundo hacia la Iglesia.
A nosotros hoy, quizás porque venimos
de donde venimos y de la historia reciente que traemos, ese odio nos choca a
veces y hasta nos escandaliza, y a veces nos acobarda. Y sin embargo, fijaros,
es cuando el mundo odia a la Iglesia cuando la Iglesia puede estar más segura
de que está siguiendo las huellas de su Señor, de que está viviendo en la Verdad.
Nada deberíamos sernos tan fuente de verdadero miedo y de temor como recibir
los aplausos del mundo, de las autoridades, de la sociedad. Porque esos
aplausos, primero, serían humanos, como son esos tipos de aplausos, y en
segundo lugar, podría ser la señal de que no estamos siguiendo a nuestra Señor.
A nuestro Señor no le aplaudieron, le aplaudieron en algunos momentos
puntuales, nada más, pero la actitud del mundo ante Jesús fue una actitud que, al
final, le condujo a la muerte. Y sin embargo, esa muerte que el Señor la ha
sabido convertir en una fuente inagotable de esperanza para los hombres.
A mí me admira -llevamos meses
viéndolo en Siria- la actitud de los cristianos del Medio Oriente, especialmente
los de Siria y los de Iraq. En Iraq había -aunque la gente no lo supiéramos
hasta hace nada- más de un millón de cristianos en la zona norte de Iraq, (…). En
Egipto hay, o ha habido hasta hace nada, (…) más de 100 millones de cristianos,
que llevan desde siglos viviendo en una situación de semi persecución con
momentos más agudos o menos agudos; y cuando uno habla con ellos o cuando uno
los conoce, claro que algunos se ven forzados a emigrar. Pero me decía, no hace
un año, una chica que había estudiado en Granada y que yo conocí, de una
familia cristiana que vive en Damasco: “Nos toca vivir la cruz”; me mandaba un
mensaje súper escueto: “Ahora mismo nos toca vivir la cruz, ese ha sido siempre
el orgullo de nuestro pueblo. Somos el pueblo de la cruz y no es momento de
marcharnos, es momento de permanecer fieles, agradecidos al Señor por esa
vocación nuestra, sólo pido que recéis por nosotros”. Esa es la experiencia de
Cristo. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de
Granada
23 de octubre
de 2014
Iglesia parroquial del Sagrario
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homilía