Homilía en la Eucaristía de la vida consagrada, en la fiesta de la Presentación del Señor, celebrada en la S.I Catedral y a la que asistieron en torno a 700 personas.
Fecha: 04/02/2015
Muy
queridos amigos y amigas fuertes de Dios,
queridos sacerdotes concelebrantes,
personas, amigos que nos acompañan en esta celebración este año tan especial:
Vosotros no lo veis pero, visto
desde aquí, sois un “pequeño ejército”. Nada de un “pequeño ejército”, sois un
gran “ejército”. El Señor no tenía tanta gente a su alrededor cuando empezó
esta historia, ni muchísimo menos, lo cual hace mirar al futuro con mucha
esperanza, sencillamente porque sois un signo vivo de la fidelidad y del amor
de Dios.
Es un tópico decir ahora mismo ‘celebramos
esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada en el marco del Año de la Vida Consagrada’.
Lo celebramos también en medio del Año Teresiano y, por lo tanto, es un motivo mucho
más grande para dar gracias a Dios por lo que sois, por lo que significáis en la
Iglesia, por el don inmenso que habéis recibido y por el don inmenso que sois para
la Iglesia y para el mundo.
Es precioso poder dar gracias por
ello. Es precioso pedir juntos al Señor que nos ayude a vivir con más plenitud todo
aquello que el Papa nos ha indicado y que también habéis resumido en la
monición de entrada tan sintética, pero tan rica de contenido: poder hacer
memoria con gratitud de un pasado, de gratitud del que todos nosotros somos
herederos e hijos y signo de su vivacidad en medio de nuestro pueblo; pedirle
al Señor que podamos vivir el presente con una pasión grande, una pasión que
recuerda, y ahora en seguida vuelvo sobre este punto, la actitud del Hijo de
Dios, que nos ha unido de maneras diferentes, a través de carismas y vocaciones
distintas, y a través de estados de vida, en mi caso y el vuestro, en el caso
de los sacerdotes y el vuestro, si queréis, distintos, pero a todos nos ha
unido de un modo u otro a su propio destino; y, al mismo tiempo, de mirar al
futuro con esperanza porque su amor no tiene fin, porque Dios es fiel, porque
Dios cumple sus promesas.
Y aunque haya en la Iglesia momentos
de decadencia y momentos de deterioro, hasta en esos mismos momentos renace la
vida del espíritu, renace la conciencia de la gracia y de la compañía del Señor
para bien de los hombres. Y siempre son esos momentos donde al Señor le gusta “lucirse
más”, mostrar más la inmensidad y el carácter invencible de su amor por los
hombres. No me corresponde a mí juzgar en qué momento estamos, pero, estemos en
el que estemos, ciertamente estamos llamados, en este mundo nuevo, del siglo
XXI, a representar la alegría del Evangelio, a representar el gozo de haber
conocido y de ser miembros del cuerpo de
Cristo, y ser miembros privilegiados, justamente en cuanto escogidos para una
especial consagración y para ser testigos de una manera especialísima de que
Cristo vive, de que Cristo puede colmar las ansias y los anhelos más profundos del
corazón humano, de que Cristo es la respuesta a las preguntas, a las
inquietudes, a las búsquedas, a las perplejidades, y a los sufrimientos, y a
las heridas, y a las enfermedades del hombre y de la mujer contemporáneos.
La fiesta de hoy es una fiesta
singular. Las luces con las que entramos en la iglesia recuerdan, son como una
especie de eco del significado de la Epifanía y del significado de la Navidad: Cristo
como luz del mundo. Al mismo tiempo, la memoria del acontecimiento de la vida
de Jesús que hacemos es la presentación de Jesús en el templo. Pero sería muy
fácil quedarse en lo anecdótico de la historia porque ¿cuál es el templo en el
que Jesús entra? Ciertamente, entró en el templo de Jerusalén, sin duda
ninguna. Pero cabe una lectura y una mirada más profunda a ese acontecimiento,
sin duda. Y esa mirada más profunda nos descubre justamente un aspecto de la
novedad cristiana que se encarna en vuestras vidas de una manera especial y que
en este año y en esta celebración podemos pedirle al Señor que, justo para poder
vivir el presente con pasión y el futuro con esperanza, se encarne en nosotros
cada día más de una manera más verdadera y más plena. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de
Granada
Fiesta de
la Presentación del Señor, Jornada de la Vida Consagrada
2 de febrero de 2015
Santa Iglesia Catedral