Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía de Acción de gracias por el 50 aniversario de la fundación del club juvenil Alama, celebrada en la iglesia parroquial del Sagrario Catedral.
Fecha: 31/01/2015
Queridísima
Iglesia del Señor, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, pueblo santo de Dios,
muy querido D. Javier,
sacerdotes concelebrantes,
queridos todos:
Cincuenta años son muchos años. Muy
poquitos para la historia, muchos para la vida de nosotros, pobres seres
humanos. Y es muy sencillo, y brota muy espontáneamente el dar gracias a Dios los
50 años de un lugar donde uno puede encontrarse con el Señor, donde uno puede empezar
a conocer esta criatura, la más bella que existe sobre la tierra, que es su
Iglesia, su Pueblo santo, su Esposa, su Familia. Y yo sé que ésa es la misión
última de los clubs, por lo tanto la misión última también de la historia de gracia,
misericordia, de amor de Dios que se da en el club por el que hoy damos
gracias.
Me decían a la entrada que no era sólo
un club para niñas, que era un club además para familias, en un momento en el
que la vida de la familia está tan minada por una historia cultural tan desastrosa,
que hace tan difícil a veces a los mismos jóvenes y a las jóvenes hasta
comprender lo que significa un matrimonio, hasta tener una idea más o menos precisa
de lo que significa el don de sí que implica el matrimonio.
Pues que exista un lugar donde se
pueda cuidar de las personas, cuidar de la familia; abrir al horizonte de vida
y de amor en el que Jesucristo nos ha introducido y nos ha permitido vivir a
todos los que somos hijos de Dios y a los que participamos -somos miembros del
cuerpo de Cristo-, me parece una cosa tan bella y tan evidentemente motivo de
gratitud.
Cuántas personas han pasado por el
club a lo largo de estos 50 años; cuántas personas han podido percibir algo de
esa belleza, que es la vida de la Iglesia. Sin duda, muchísimas. Cuántas
personas se han podido acercar a Dios, han aprendido a reconocerLe como Padre, y
a reconocer en Jesucristo el centro de la vida. Sin duda, muchísimas. Hablaban (ndr: en la entrada de la celebración) también
de vocaciones. Pues, cuántas personas han aprendido que Cristo puede ser un
marido tan fantástico, que uno puede darle la vida a ese marido, no porque no
tiene otro lugar a donde ir, sino, sencillamente, porque es el único que es
capaz de llenar el corazón hasta desbordar.
Y ese gesto de consagración al Señor
ayuda también a las familias; es imprescindible para la vida de las familias. La
virginidad consagrada en la vida de la Iglesia, tenga la forma que tenga (y el
Espíritu Santo es sumamente creativo y no ha dejado de serlo en estos veinte
siglos, y no dejará de serlo en los siglos que vengan), es esencial para que
también los matrimonios puedan saber que su amor de esposos tiene la
profundidad infinita del amor de Cristo, que está vivo, y que, como está vivo, precisamente
porque está vivo, el signo visible son las personas que le consagran a Él su
vida y su existencia como esposas, haciendo justamente visible ese misterio sacramental
que es la realidad de la Iglesia.
Todo eso sucede -y sucede
probablemente no siempre de manera explícita ni con las palabras con que yo lo
estoy diciendo- en un club. Por lo tanto, de nuevo, un lugar de acción de
gracias. Y hoy, una acción de gracias por la existencia de ese lugar en la
ciudad de Granada.
Los clubs siempre han tenido una
característica que yo quiero destacar especialmente, porque probablemente es
una de las que más han causado, cuando el Concilio hablaba de, ya hace tantos
años casi como la fundación del club o en torno a la misma época, cuando el
Concilio proclamaba que el drama de nuestro tiempo era la separación entre la
fe y la vida. A todos nos suena, me da mucha vergüenza hablar de San Josemaría
Escrivá porque aquí hay muchas personas infinitamente más expertas y yo no soy
ningún experto, pero sé que una de sus insistencias era la de la unidad de
vida. Y esa unidad de vida no se reduce al ámbito como espontáneamente tendemos
a entenderlo con más facilidad, que es como la coherencia moral. No. Esa unidad
de vida significa que Cristo tiene que ver con todo en la vida. Significa, como
el mismo Concilio dijo, que Cristo, al revelarnos la verdad de Dios, nos revela
también lo que significa ser hombre, ser hombre y ser mujer, y lo que significa
el matrimonio, y lo que significa la vida económica (una vida económica pensada
y vivida desde el designio de Dios, y no desde las categorías de esta cultura
que, alejada de Dios, termina destruyendo al hombre), o incluso lo que
significa de la vida cívica y la construcción de la polis. Todo eso, después de
Cristo, está tocado por la gracia del Señor. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de
Granada
31 de enero
de 2015
Iglesia parroquial del Sagrario Catedral