Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía celebrada en el X aniversario del fallecimiento de D. Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, y el XXXIII aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación.
Fecha: 12/02/2015
La verdad es que parece mentira que hayan pasado diez años desde el día de la muerte de D. Giussani. Y a la hora de pensar en esta acción de gracias en la que pedimos por su alma y pedimos por la realidad eclesial que él ha generado en la Iglesia, y pedimos por nosotros, para que podamos vivir el don y la gracia que él ha representado en nuestras vidas, a mí me es muy fácil dar gracias. Extraordinariamente fácil. Son tantas las cosas que yo he aprendido de él. Y no puedo desvincular su figura, además, de la de otra persona, cuyas enseñanzas y cuyos gestos eran tan cercanos y tan, yo diría, paralelos, tan identificados los del uno con los del otro (me refiero a la figura de san Juan Pablo II).
¿Qué cosas?, pensaba yo esta tarde,
así como haciendo un repaso. Digo, pues si es que son infinidad: desde la
conciencia de que la Iglesia es una compañía y una amistad, con una familiaridad
hecha del deseo de que el otro pueda cumplir, realizar su destino como forma
más pura y más genuina del amor, del afecto. El mero hecho de una mirada
positiva, y siempre dispuesto a hacerlo madurar y crecer en la caridad teologal
de esa mirada positiva sobre el efecto humano; la percepción de que Cristo
cumple la vida, no es como algo añadido que uno se pone y se quita, sino que realmente
uno sólo puede decir ‘yo’ con una conciencia plena, o dice ‘yo’ con una
conciencia tan desbordantemente plena, cuando dice Cristo, cuando tiene la
conciencia de haber sido, no tanto de haberse dado uno a Cristo cuanto de haber
recibido el don inmenso, inefable, de la Gracia de Cristo, de la Redención de
Cristo. La conciencia de que estamos hechos de Cristo.
Uno de los textos que yo he leído
con más gusto en mi historia fue un texto que se está volviendo a leer ahora
mismo, “En Camino”, donde, hablando D. Gius
a una pareja de novios, le pregunta: ‘¿De qué está hecha tu novia?’. Dice, ‘de
Cristo’. Y dice: ‘Pues, trátala como a Cristo’. ‘¿Y, de qué estás hecho tú?’.
‘De Cristo’. Reconocer ese “que estamos hechos de Cristo y que estamos hechos
para Cristo” no añade nada al Nuevo Testamento, porque nadie puede añadir nada
al Nuevo Testamento, pero ese pasaje que leemos tantas veces, ese himno de San
Pablo que leemos tantas veces en las Vísperas: “Todo ha sido creado por Él y
para Él, y todo tiene en Él su consistencia”.
El mundo existe en Él, existe en
Cristo. Y nuestra vida humana encuentra su plenitud en Cristo. Pero, entonces, Cristo
no sólo no es un añadido… La frase “el santo es el hombre verdadero” no es
alguien que hace piruetas o se dedica al funambulismo, sino es el hombre en
quien uno reconoce una vida humana cumplida, la capacidad de dar la vida, una
consistencia que hace que no esté a merced de los vientos que soplan, de los
afectos que van o que vienen, de las circunstancias de la vida; y sin embargo, esas
circunstancias son siempre amables porque siempre está en ellas Cristo.
Recuerdo otro comienzo de unos
ejercicios espirituales. Cuántas veces pensamos que las circunstancias son un
obstáculo para que nosotros podamos encontrar al Señor, y que lo encontraríamos
muy fácilmente si las circunstancias cambiasen, cuando es Cristo quien desde
las circunstancias me está llamando a que le diga sencillamente “sí”, y en ese
“sí” se cumple mi existencia, se cumple mi vocación, se cumple nuestra
vocación, el gusto por decir “nosotros” como una comunidad humana, como una
familia humana. Y podría seguir añadiendo y añadiendo, y repito: no son ideas,
porque las ideas no sostienen la vida. Era la experiencia de un modo de estar
en la realidad, de un modo de vivir.
Por ejemplo (y no quiero dejar de
decirlo), la conciencia de que el cristianismo no crece mediante la comedura de
coco. La Iglesia no se extiende porque uno va persiguiendo a nadie tratando de convencerle
de no sé qué ideas porque la Iglesia no es una ideología: es una experiencia de
redención, es el gozo de haber encontrado un hogar y una casa, y unos amigos
con los que hacer el camino.
Entonces, uno no va detrás de nadie
tratando de convencerle de nada. Sin embargo, la experiencia, cuando es
verdadera, tiene un resplandor. Y ese resplandor tiene un atractivo, tiene una
belleza, y esa belleza atrae. Y es el atractivo, primero la forma insustituible
de la misión de la Iglesia, la forma insustituible del apostolado, la forma en
la que la Iglesia creció en los primeros siglos, y la única forma sólida en la
que crezca, porque ni sustituye, ni limita, ni corroe, ni deshace la libertad
de nadie, sino que sencillamente suscitan esa libertad, y hace que el hombre se
adhiera a la belleza que ha visto como un bien para la propia vida. Repito:
podría seguir y seguir y seguir, y seguramente no acabaría. Y sin embargo,
justo en las circunstancias y en el tiempo que hemos estado viviendo, yo quiero
dar gracias por algo que nace de Don Giussani, pero que tiene carne y hueso. Y
es por vosotros, y por la compañía de otras personas concretas, es decir, que
han expresado de mil maneras diferentes su comunión, su afecto, su fidelidad,
no a mi persona, sino a una vocación que hemos recibido juntos, a una gracia
que hemos recibido juntos y que no podríamos negar.
Cuántas veces en estos meses me
preguntaban personas ‘está usted en paz’ o ‘está usted contento’. Y digo: “Hay
circunstancias que si son verdaderas, me producen mucho dolor, pero no puedo
negar que hay una alegría misteriosa en el fondo del corazón que nadie me puede
arrebatar”. Esa alegría misteriosa no ha dejado de estar ningún momento. Me
viene una frase de Don Gius: “Tendría que arrancarme los ojos para negar que he
visto”. ¿Y qué es lo que he visto? He visto la gloria de Dios. Pero he visto la
gloria de Dios aquí en esta tierra, entre vosotros, entre otros muchos, y la he
visto no porque ni la comunidad, ni vosotros, ni otros amigos que yo tengo (…)
sea un grupo de personas sin defectos. Se trata de que en medio de nuestra
humanidad frágil… y si queréis, hasta nuestra comunidad aquí en Granada es mínima
y sumamente pequeña, como el Señor ha querido que sea (no hay tampoco ninguna preocupación
por ese punto), pero tampoco los amigos que he tenido a lo largo de mi vida,
como yo tengo defectos, evidentemente. No es las cualidades de las personas lo
que te hace ser fiel a ese don. Es la certeza de que Cristo te acompaña en ese
lugar. De la misma manera que te ha dado a tus padres y te ha dado a tus
hermanos: no los has escogido tú, son un don de Dios. De la misma manera, es
decir, la presencia de esa comunidad, en la que se hace tangible y palpable el
misterio de la Iglesia, es el don más precioso.
Cuántas veces le he dicho yo a
personas: ‘La gracia de Dios, la gracia del Señor tiene siempre ojos, y rostro
y apellidos’. Y eso lo hemos experimentado mil veces en la vida. Yo lo he
experimentado mil veces en la vida. Y hoy quiero especialmente dar gracias por
la experiencia de esa compañía a lo largo de toda mi vida. Y soy consciente de
que esa compañía es una fuente de libertad. La pertenencia a la Iglesia. La
conciencia de que la Iglesia es mi familia, mi pueblo, mi patria, mi hogar, y
que este hogar es el comienzo del hogar definitivo en el que el Señor nos
aguarda (esperamos que Don Gius esté ya participando de la gloria infinita y
del amor infinito de Dios). La conciencia de ese hogar, de esa patria, nos hace
libres. Nos hace no estar determinados por las circunstancias, por las
opiniones o por los juicios de los hombres. Y eso es un don muy grande en la
vida, muy grande.
Damos gracias todos juntos por ese
don del que todos participamos y le pedimos ser fieles a ese don, ser fieles a
nuestra amistad, a esa amistad que no es una amistad del amiguete que te echa
la mano por el hombro ni así; es la amistad de la que el Señor hablaba en la Última
Cena cuando decía: ‘No os llamo siervos, os llamo amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer’, porque no os oculto nada de mi
realidad, de mi vida y del Señor que hace nuestras vidas.
Le damos gracias juntos al Señor y
le pedimos ser fieles a ese precioso don que hemos recibido de la paternidad de
Don Gius.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de
Granada
Iglesia parroquial
del Sagrario-Catedral
12 de febrero de 2015