I Domingo de Adviento. Ciclo C
Fecha: 29/11/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 612, 6-7
La expresión “Hijo del Hombre”, que puede resultarnos un tanto extraña, aparece en los evangelios no menos de ochenta veces y siempre en labios de Jesús, como un nombre que se da El a si mismo. Una expresión tan usada por Jesús, y refiriéndose a El, puede sin duda descubrirnos lago de su íntimo sentir, decirnos algo de cómo querría El que se entendiera su obra. ¿Qué significa este título de “Hijo del Hombre”?
En el Antiguo Testamento, donde aparece en varias ocasiones, es un sinónimo de “hombre”; decir “hijo de hombres” sería lo mismo que decir “hombre”, y en este sentido, los autores sagrados la emplean para subrayar la distancia infinita que hay entre hombre y Dios. Sin embargo, este sentido no ilumina aún la denominación de Jesús, aunque permita ya deducir que para los judíos contemporáneos de Jesús, familiarizados con el lenguaje de la Escritura, no resultaba ni mucho menos incompresible. Pero hay un pasaje del Antiguo Testamento en que la expresión “Hijo del hombre” aparece, por así decir, mucho más cargada de sentido. Se trata de una de las visiones que contiene el libro de Daniel, uno de los libros más tardíos (y por lo tanto, más cercanos a Jesús) del Antiguo Testamento. En ella, con el lenguaje simbólico que es típico de los apocalipsis, se describe la entronización de “un como Hijo del Hombre, que venía sobre las nubes del cielo; a él se dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará”.
Se trata, pues, de una denominación del Mesías; la manifestación visible y en forma humana - “como un Hijo de Hombre”-, del Dios invisible, que instaurará el Reino de Dios tras la ruina de las cuatro bestias, en las que el autor ha simbolizado los diversos imperios orientales a los que ha estado sometido Israel. Si el autor de Daniel no habla ya de un rey terrestre, o de un “hijo de David”. Como lo habían hecho los antiguos profetas, es porque cuando él escribe hace ya mucho tiempo que la dinastía de David ha dejado de existir y el pueblo de Dios vive sometido a las potencias extranjeras: a los babilonios han sucedido los persas, y tras éstos, los griegos: no hay en el horizonte esperanzas de independencia ni restauración monárquica. El triunfo de Dios y la participación del Reino de los Santos del Altísimo tendrán lugar al fin de los tiempos, cuando las persecuciones y imperios de aquí abajo hayan desaparecido.
Por otros escritores judíos del tiempo de Jesús que se inspiran en el libro de Daniel, sabemos además que “Hijo del Hombres” se había ya convertido en un término técnico para designar al Mesías. Si Jesús se servio de él para expresar lo que El era, es porque sin duda resultaba comprensible para sus oyentes; de hecho, éstos no le preguntan en ningún caso lo que significa. Pero es que, además, el término mucho más corriente de “Mesías” despertaba en su tiempo y para muchos de sus contemporáneos tantas resonancias políticas y nacionalistas, que podía fácilmente desfigurar el sentido de su misión y de su obra. “Hijo del Hombre” tenía, en cambio, un matiz más trascendente y religioso. Y si todavía resultaba demasiado pretencioso para la humilde apariencia de Jesús de Nazaret, y que encargó El de subrayar a cada paso que la verdadera misión de ese Hijo del Hombre, “que tiene poder para perdonar los pecados”, y de cuyo triunfo y exaltación serán testigos los mismos que le condenan, era sufrir y dar su vida en rescate y redención de todos.
F. Javier Martínez