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Los publicanos

III Domingo de Adviento. Ciclo C

Fecha: 13/12/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 614, 7



LECTURA des santo Evangelio según San Lucas:


    En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan:
    -¿Entonces, qué haremos?
    El contestó:
    -El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tanga comida, haga lo mismo.
    Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
    -Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
    El les contestó:
    -No exijáis más de lo establecido.
    Unos soldados le preguntaron:
    -¿Qué hacemos nosotros?
    -No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
    El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. El respondió y dijo:
    -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
    Y añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la buena nueva.  (Lc, 3, 10-18.)



    Los impuestos con que la administración romana gravaba las provincias eran de dos clases: directos, es decir, sobre las personas y sus bienes inmuebles, que abarcaban los derechos de peaje o aduanas, los impuestos sobre las ventas y compras públicas, etc. La recaudación de los impuestos indirectos estaba confiada  a funcionarios romanos, muchos de los cuales pertenecían, sin embargo, a la población indígena; medio eficacísimo para ello eran los censos periódicos (uno cada catorce años); en cambio, la administración romana arrendaba los impuestos indirectos por una suma fija a determinados particulares, especie de sociedades bancarias que se encargaban de su recaudación: los publicanos. Es evidente que éstos tenían que obtener no sólo la suma establecida que entregaban al erario público, sino, además sus propias ganancias, con lo cual no siempre se evitaban los abusos. Eso mismo hacía que fuesen aborrecidos por el pueblo, que tenía que habérselas frecuentemente con ellos. Así se comprende también lo oportuno de la recomendación de San Juan Bautista: “No exijáis más de lo establecido”.     En el Evangelio aparecen con frecuencia los publicanos: Mateo estaba empleado en la oficina de aduanas de Cafarnaún, y Zaqueo era el jefe de los publicanos de Jericó. Cuando Jesús los equipara a los pecadores, no hace sino acomodarse a la forma de sentir corriente en el pueblo.

    En todo caso, si el Oriente Próximo conoció, bajo el Imperio romano, una época de prosperidad, ello es debido a que las nada pequeñas sumas provenientes de los tributos se destinaban, por decirlo así, a “obras públicas”: construcción de calzadas, acueductos, etcétera, y al mantenimiento de la seguridad en las comunicaciones mediante la presencia de las legiones romanas.


F. Javier  Martínez

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