IV Domingo de Adviento. Ciclo C
Fecha: 20/12/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 615, 7
LECTURA del santo Evangelio Según San Lucas:
En aquellos días, María se puso en camino aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Y se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
- ¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?. En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura ha saltado de alegría en mi vientre.
- ¡Dichosa tú que has creído!. Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. (Lucas 1, 39-45.)
INMEDIATAMENTE después del relato evangélico de la Visitación que se lee en la misa de hoy, el evangelista pone de labios de la Virgen ese gozosísimo cántico que es el Magnificat. Tal vez lo primero que nos llama la atención en este himno es que no contiene ninguna referencia concreta al misterio que lo ha provocado: el hecho de que María lleva en su seno al Deseado de las naciones. En efecto, el Magnificat está construido, por decirlo así, tejiendo entre sí frases o alusiones de diversos pasajes del Antiguo Testamento. Pero este procedimiento no debe extrañarnos: entre los judíos, familiarizados desde su infancia con el lenguaje de las Escrituras, era una forma corriente de expresar un pensamiento, sobre todo si se le quería dar una cierta solemnidad o peso religiosos.
Pero es que, además, este procedimiento convenía admirablemente a la intención del evangelista: para expresar el gozo porque al fin ha venido el Mesías, es decir, Aquel en quien se cumple “lo que había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y su linaje para siempre”, nada mejor que hacerlo con las propias palabras de los libros de la Virgen, es todo Israel quien canta su gozo. La Iglesia, que repite en su oración el Magnificat todos los días, hace suyas esas palabras y ese gozo.
F. Javier Martínez