Homilía en la Eucaristía en la S.I Catedral de Granada, en el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario.
Fecha: 13/09/2015
Queridísima
Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos amigos y hermanos:
Quizá el centro de las lecturas de
hoy sea la afirmación de Jesús de ‘quien quiera venirse conmigo que cargue con
su cruz y que me siga’. Tendríamos que preguntarles a nuestros hermanos cristianos
del Medio Oriente cómo entienden ellos esta frase, cómo la viven en su carne
día a día, cómo llevan -en algunos casos siglos- viviéndola, y cómo, sin
embargo, se sienten tranquilos, seguros en su fe, sabiendo que es la Presencia
del Señor en sus vidas lo que les da la fuerza para no perder ni la alegría, ni
la confianza, ni la seguridad de que el Señor está con ellos, aunque a veces lo
han perdido todo (sus posesiones, sus casas, a veces su familia, la vida en muchos
casos).
Y realmente eso es lo que nos dicen
las lecturas de hoy. Es decir, Jesús habla de qué significa Él, quién es Él. Y la
pregunta esa sigue siendo una pregunta absolutamente actual para nosotros,
aunque la formularíamos de otra manera: ¿Existe para el hombre hoy una
posibilidad de vivir con gozo? Cuando digo “para el hombre” no hablo de la
humanidad en abstracto, hablo de nosotros. ¿Existe para nosotros una
posibilidad de vivir con alegría, de vivir con esperanza? Pues existe, existe.
Y anunciar el cristianismo es anunciar a Cristo, y anunciar a Cristo es
anunciar justamente que esa posibilidad en Cristo existe.
Que aunque podamos ser perseguidos o
vivir sencillamente las consecuencias de una vida humana que muchas veces se
manifiesta llena de errores o desastrosa o que paga las consecuencias del mal
que se ha instalado en el corazón del hombre desde el principio, sin embargo hay
una fuente de vida, de amor, más grande, que baña y abraza toda la historia; que
baña y abraza toda mi historia personal, la de cada uno de nosotros, y en la
cual uno puede decir ‘caminaré en presencia del Señor en el país de la vida’, o
puede decir ‘pongo mi rostro como pedernal a los salivazos o a los insultos’ o
a lo que sea, por la sencilla razón de que mi Defensor está junto a mí.
Pero siendo decisivo e
importantísimo esto que las lecturas de hoy nos enseñan, yo quisiera en estas
semanas, estamos preparándonos a vivir un acontecimiento eclesial de suma
importancia y en estos momentos de gran trascendencia, porque yo creo que todos
los conflictos que hay entre la experiencia cristiana y la cultura secular
contemporánea se catalizan en el punto del significado del matrimonio y de la
familia, y del significado del cristianismo para la vida de un matrimonio y de
una familia.
Por lo tanto, ya lo vemos, y os aseguro
que va a haber más, justo cuando se esté celebrando el Sínodo, pues va a haber
ahí un conflicto importante. Va a haber, como han dicho algunos que hubo en el
Concilio y que ha habido en algunos sínodos también, dos sínodos: el sínodo de
lo que hablan los obispos y el Santo Padre allí, y el sínodo de los medios de
comunicación, que probablemente son diferentes y uno trata de influir, claro, y
de determinar, diríamos, el desarrollo del otro. El segundo trata de determinar
lo que a nosotros nos llega.
El mismo Santo Padre acaba de
promulgar en esta semana última un Motu
Proprio (es decir, una cosa –diríamos- que es iniciativa suya, aunque lo ha
hecho consultando, como él mismo explica, a expertos y a otras personas),
simplificando decisivamente y de manera muy importante los procesos de nulidad.
Algo por lo que yo no puedo mas que dar infinitas -infinitas no, soy demasiado
pequeño para dar infinitas- gracias, pero muchísimas gracias a Dios porque el
Santo Padre haya tomado esta iniciativa.
Primero porque esos procesos de
nulidad a veces se complicaban de una manera… Yo conozco casos de personas que
han estado diez años, catorce años, esperando una nulidad. También, a veces, no
os creáis que sólo por dificultades propias del ejercicio de la justicia o del
funcionamiento de los tribunales; también por intereses de alguna de las partes.
Cuando un matrimonio está muy roto es una guerra a muerte, y en esa guerra a
muerte se puede usar de todo.
El Santo Padre ha retomado eso y lo
ha traído al corazón mismo de la Iglesia. Y bendito sea Dios. Se traducirá,
Dios mediante, en fórmulas, pero es cierto que de la misma manera que yo creo
que ha reducido extraordinariamente… En los tribunales eclesiásticos, la gente
se cree que una nulidad es que cuesta mucho. Si una nulidad es investigar si ha
habido causas que hagan que aquel matrimonio no haya sido de verdad un matrimonio
(por defectos de conocimiento, por engaños previos al matrimonio en cosas que
afectaban a la esencia misma del matrimonio durante el noviazgo o por falta de
libertad de los que se casan).
Y luego, hay toda una mundanización
del rito del matrimonio, sabiendo que una boda es algo precioso, Dios mío, y un
momento único en la vida, pero justo por eso, pues veréis… ya está. Me decía un
sacerdote que cuantas más pamelas ve en una boda, menos cree en esa boda. Y es
verdad, cuanta más parafernalia exterior hay en la boda, a veces menos
consistencia tiene la boda misma.
Dios mío, es verdad que hay toda una
serie de problemas graves vinculados al hecho del matrimonio y a la realidad de
la familia en nuestro mundo. Hay una estadística de hace pocos años que decía
que en España, solamente, se rompe un matrimonio cada 5 minutos. Eso es una
pandemia. Es decir, algo nos pasa. Esto es a lo que yo quisiera dedicar los próximos
domingos hasta que empiece el Sínodo: comprender un poquito algo de lo que nos
pasa.
Yo no voy a pretender ni tener las
claves ni tener recetas, desde luego. Aplicaré lo antes posible, inmediatamente,
el Motu Proprio del Santo Padre en lo que respecta a la Diócesis de Granada, y
encantado además de hacerlo y de poder ayudar de manera eficaz a los
matrimonios, que habría que ayudarles antes, antes de que estén ya en una
situación. Cuando acuden al Tribunal Eclesiástico normalmente la situación está
tan herida que lo que hay que hacer es casi cuidados paliativos, no realmente
una ayuda (las ayudas hay que darlas antes, y hay que estar dispuestos a darlas
antes).
Pero quisiera dedicar las próximas
homilías justamente a ayudar a entender por qué en nuestra sociedad hay esa
problemática tan aguda acerca del matrimonio. Y voy a señalar algunas causas. Las
enumero simplemente hoy.
La primera de ellas es una cosa que
se llama contractualismo. Es una filosofía que tiene que ver también con el nihilismo
que domina nuestra cultura y que hace casi imposible que puedan darse unas
relaciones de lo que en la Iglesia se llama un matrimonio, de lo que en la
Iglesia se llama un sacramento, que podamos entender.
La segunda tiene que ver con cómo hemos
separado lo religioso y lo cristiano de lo humano. Eso lo dijo ya el Concilio
hace 50 años. Lo han repetido los papas, especialmente San Juan Pablo II,
Benedicto XVI y el mismo Papa Francisco, hasta la saciedad, de maneras diversas,
pero todavía no nos ha calado para nada a los cristianos esa enseñanza. Pero si
se separa lo humano de lo cristiano, y el matrimonio es una cosa meramente
humana, meramente animal, podríamos decir, ¿qué pinta Cristo ahí? Pues, como te
dicen muchas veces los padres de los novios en una boda: “Ay, son muy majos.
Hay que pedirle al Señor a que les ayude a que se puedan seguir queriendo”. No
pinta nada, en realidad. Es como una especie de halo como el del que se pone en
las imágenes de los santos en torno a la cabeza pero que no influye para nada
en el corazón, en la mirada, en las relaciones humanas, en la vida. Cristo y
las cosas de Cristo, y la religión en general, están fuera de la vida.
Y la otra razón es que hemos perdido
en gran medida las fuentes donde uno puede aprender lo que es el matrimonio. Y las
fuentes son el Misterio Pascual de Cristo. Tratamos de aprender lo que es el
matrimonio, incluso los cursillos matrimoniales. Se habla de psicología del
hombre y la mujer, que está muy bien, es imprescindible y para un sacerdote; pero
bueno, un poquito también les vendría bien a todos los seres humanos, a los maridos
y a las mujeres. O se les explican aspectos jurídicos de la vida matrimonial o de
las dificultades de la vida matrimonial, o casi se les explica a veces cómo hay
que separarse cuando llega el momento de separarse, en lugar de explicar que el
esposo es el Señor y que es mirando la relación de Dios con los hombres como nosotros
podemos aprender lo que significa, porque somos imagen de Dios, no lo
olvidemos. Y la apertura al infinito que tiene nuestro corazón y el deseo de
felicidad infinito y de belleza y de alegría infinito que tiene nuestro corazón
es parte de nuestra imagen de Dios, de nuestra alma y de nuestro cuerpo.
Y Dios ha creado la dualidad de los
sexos, también en las especies animales, y ciertamente en el ser humano, para
que podamos comprender esa relación suya con nosotros, que Él ha descrito siempre
como relación esponsal. Pero llevamos varios siglos deserotizando por completo toda
la vida cristiana. Ya nos cuesta llamar a Dios Padre. Cuando yo os digo
“queridos hermanos”, suena a frase hecha, que no tiene ningún significado; cuando
hablamos de la Iglesia como familia, ¿qué más quisiéramos?; pero cuando yo digo
“queridísima Esposa de mi Señor Jesucristo”, yo percibo que la gente que no
está acostumbrada a oír eso todas las semanas pone una carilla como diciendo ‘¿qué
está diciendo este hombre?’. Pues sí, Esposa amadísima de nuestro Señor
Jesucristo, por quien Él entregó una vez su sangre y su vida, y repite
misteriosamente sobre el altar el don de esa sangre y de esa carne y de esa
vida, y eso lo que hace un esposo por su esposa, que es la Iglesia.
Y éstas son nuestras fuentes. El
Bautismo es una celebración nupcial. La vestidura blanca de las novias, cuando se
sigue usando, es una memoria de la celebración bautismal. La Eucaristía: algunos
me lo habéis oído decir muchas veces, cada Eucaristía es una boda. De ahí viene
lo de vestirse un poquito mejor los domingos para asistir a la Eucaristía,
igual que se viste uno un poquito mejor para las bodas. Ahora no, ahora se
viste uno para las bodas como en el Hollywood de los años 20 y se viste uno
para la Eucaristía como si fuera al gimnasio. Ya está. Son cosas que hemos
perdido y que tienen una significación cultural muy profunda.
Hasta cuando hablo del contractualismo
hablo de economía, hasta la economía del matrimonio, hasta la economía de la
familia. Economía significaba “oikos nomos”, la “ley del hogar”. Si la ley del
hogar es 50% cada uno, no hay matrimonio que resista. La ley del hogar tiene
que ser otra; es otra, de hecho.
Como no quiero que aborrezcáis esta
Eucaristía, continuará. Tenemos para cuatro o cinco domingos, pero tenemos que
hablar de eso. Hablar de eso es hablar de Dios. Y si hablar de Dios no significa
hablar de eso, hablar de Dios no significa nada. Es un puro adorno vacío. No
hay más manera, bella, verdadera, que corresponda a nuestro corazón de verdad, de
hablar del matrimonio que hablando de Cristo. Y no hay más manera de hablar de
Cristo que corresponda de verdad a los anhelos profundos a nuestro deseo de
infinito y de vida eterna que implique hablar del matrimonio, hablar de la
protección de la tierra -como ha hablado el Papa hace poco también-, hablar de
las relaciones humanas, de la amistad, del amor humano, del cariño, de lo que
significa; si no, de nuevo, hablar de Dios es hablar de nada.
Vamos a pedirLe al Señor por el
Sínodo. Vamos a pedirLe al Señor por cada una de nuestras familias. Todos
tenemos una familia. En la situación que esté, en las circunstancias que esté y
de la forma que sea. Quienes somos ya muy mayores, casi no tenemos mas que mucha
familia en el Cielo y a lo mejor muy poquita aquí en la tierra, pero todos
pertenecemos y somos una familia. Y la familia primera tendría que ser la
Iglesia, en el cual la vida de las otras familias acontece, se vive, y se vive con
gusto, con gratitud, con alegría. ¿Porque no haya dificultades? No. Pero porque
hay un amor mucho más grande que cualquier dificultad que nos es regalado
permanentemente. ‘Yo estoy con vosotros –dijo el Señor- todos los días hasta el
fin del mundo’. Y os prometo que cumple su promesa. Os lo prometo. Y ahí se
ilumina nuestra vida. También se ilumina lo que significa querernos y aprender
a querernos. Vamos a proclamar nuestra fe.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
13 de
septiembre de 2015
Santa Iglesia Catedral de Granada
XXIV Domingo del T.O
Palabras añadidas al final de la Eucaristía por el Arzobispo Mons.
Javier Martínez, antes de la bendición final, el 13 de septiembre de 2015, en
la S.I Catedral, en el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario.
(…) Sí a muchos debates sobre qué es
la belleza y cómo se cuida de la belleza, y qué es la belleza femenina y cómo
se cuida de la belleza femenina, también de eso se puede hablar.
La Eucaristía es un sacramento mucho
más importante que el matrimonio. Uno no se casa mas que una vez. La Eucaristía
la recibe, la puede recibir, a diario. Pero sin la Eucaristía no hay garantía
para un matrimonio. La verdadera tierra firme y, por tanto, la verdadera fiesta
que hace posible la vida de los matrimonios, que hace posible el amor hasta la
muerte del esposo, y una relación justa con la condición del hombre y con la
condición de la mujer, es la Eucaristía.
(…) Esto es una esperanza de un amor
que puede florecer hasta la vida eterna. Sin esto estamos dejados a nuestra
soledad, y dejados a nuestra soledad somos lo que somos. Todos.
Perdonadme, no tengo nada contra las
pamelas. Me encanta una película llena de pamelas, que se llama “My fair lady”
(…). La Eucaristía es mucho más importante; es lo que hace posible que una boda
sea boda. Y si a la Eucaristía no le damos ninguna importancia, inevitablemente
termina uno pensando que lo que se está celebrando ahí es otra cosa: un festín
de modistos, por ejemplo, que son los que se forran.
La bendición de Dios todopoderoso:
Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos vosotros y os acompañe
siempre. Podéis ir en paz, y que tengáis un domingo precioso.