En la Eucaristía en la fiesta de Sto. Tomás de Aquino, con la presencia de alumnos, personal docente y laboral de Institutos "Lumen Gentium", IFES y de ICSCO.
Fecha: 28/01/2016
El estudio de la Teología podría describirse de una manera muy justa, muy exacta, como la profundización en la experiencia de la Iglesia; la profundización con todo el propio ser, con todas las capacidades, los conocimientos, las preguntas, las inquietudes que uno tiene, de forma que esa experiencia se haga más y más carne en nosotros.
La experiencia de la Iglesia pueda
ser vivida tan en propia persona como cuando un sacerdote, hablando en persona
christi, dice: “Tomad, comed, esto es mi Cuerpo”. Lo está diciendo el sacerdote,
pero el único que tiene autoridad para decir esas palabras es Cristo.
Lo mismo. Cuando nos sumergimos mediante
el estudio de la Teología en la experiencia de la Iglesia es con la idea, el
deseo, con el anhelo, no de tener más conocimientos para el Trivial, ni
siquiera de tener más conocimientos acerca del cristianismo o de la historia
del cristianismo, sino para sumergirse más con todo nuestro ser en esa
experiencia.
¿Cómo se podría describir esa
experiencia? Lo voy a hacer con una palabra del Evangelio que, seguramente, no
es la que pueda venir más a la mente en un primer momento, pero es el comienzo
de una de las parábolas de Jesús. Dice: “Hubo un rey que celebraba las bodas de
su hijo”. Ahí está descrito. Ese rey es el Padre, Señor del Universo, y ha
celebrado las bodas de su hijo e invita a los hombres a participar de esa
celebración de esas bodas. Cristo es el Esposo. Más y más, caigo yo en la
cuenta de que en mi formación cuando estudiaba Cristología me ocultaron ese
aspecto, me hablaban mucho de la Cristología indirecta y de cómo Jesús decía
las cosas, pero nunca aparecía esa dimensión, cuando es una dimensión que yo
considero la más expresiva del ministerio de Cristo, la que abarca más y la que
permite comprender más dimensiones de ese ministerio. Cristo como Esposo recogerá
su cumplimiento de las promesas, donde Dios había prometido una alianza nueva y
eterna con su pueblo, y a través de su pueblo con todos los hombres, donde el
Señor había prometido ser Él mismo el pastor de su pueblo, etc. Toda la historia
de Israel desemboca en esa alianza nupcial que llena todo el lenguaje de Jesús
en la institución de la Eucaristía en la Última Cena.
Por tanto, sumergirse en la
experiencia de la Iglesia es sumergirse en la experiencia de la Esposa redimida,
salvada por Cristo. Y, ¿cuál es el centro?, ¿qué es lo que determina la vida de
una esposa? Que no vive ya para sí misma, sino para su esposo y para sus hijos.
¿Qué es lo que determina la vida de la Iglesia? En lenguaje de San Pablo: no
vivir ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y
resucitó. Es decir, vivir para Cristo. Esa es la vida de la Iglesia. Sumergirse
en la experiencia de la Iglesia es sumergirse en el conocimiento profundo. Cuando
digo profundo no digo alambicado o difícil, digo en muy determinante de la
propia experiencia humana de Cristo Redentor, de Cristo Salvador, de Cristo que
entrega su vida por la vida de su esposa, que entrega su vida por la vida de
sus criaturas haciendo a sus criaturas su esposa.
Ese es el contenido de la Teología.
Y ese contenido, haciéndolo uno suyo y comunicándolo a los hombres de la manera
más inteligente y más adecuada y mejor posible, ya es una expresión de amor al
hombre, de amor al hombre en su condición concreta. Y eso fue lo que hizo Santo
Tomás. Es verdad que su tiempo era un tiempo de una cultura bastante homogénea,
todos una serie de siglos de influencia del platonismo y luego un pensamiento relativamente
reciente que se había introducido en Europa, que se había redescubierto el
pensamiento de Aristóteles; pero cuando Santo Tomás hace una afirmación y dice después
objeciones, busca las objeciones más fuertes y más duras que había en su
tiempo. Es decir, Santo Tomás era todo lo contrario de un hombre parapetado detrás
de unas cuantas certezas y colocado allí como en un búnker para defender esas
certezas de los asaltos del mundo. Todo lo contrario, buscaba las objeciones, y
en su búsqueda de las objeciones era todo menos tramposo, es decir, no buscaba
las más fáciles para poder responder las más fáciles, buscaba las más difíciles
y trataba de responder a las más difíciles.
En eso Santo Tomás ponía de
manifiesto que la experiencia… él habla en algún
momento que es mejor la vida apostólica que la vida contemplativa porque es
mejor transmitir lo contemplado que solo contemplar. Pero ese transmitir lo
contemplado implica justamente preocuparse de la persona que va a recibir el
mensaje, de las personas, de los hombres que van a recibir el mensaje. Aterrizo
también en el porqué de la conferencia de esta tarde, pero aterrizo sobre todo en
una misión que me parece misión de la Teología en nuestro tiempo, tal como el Magisterio
Pontificio desde hace más de cien años viene orientándonos y sugiriéndonos y
abriéndonos. Es muy fácil decir cómo el contenido de la Teología es la
Revelación. Nosotros nos sumergimos en la Revelación y nos hablamos a nosotros mismos.
Pero como ese conocimiento de la Revelación en nuestro mundo sufre una cosa que
no existía en el tiempo de Santo Tomás, que es la separación entre lo natural y
lo sobrenatural, la separación entre lo cristiano y lo humano, la separación
entre la fe y la vida, la separación entre lo corporal y lo espiritual, y son
todo modalidades diferentes pero todas relacionadas entre sí, de la misma separación
si nos dejamos llevar por la inercia y nos sumergimos en el contenido de la
Revelación sin estar atentos a las preguntas, a las cuestiones, a las inquietudes
del hombre, a lo mejor repetimos como los guías de museo, con mucha precisión, un
discurso aprendido, pero no estaríamos acercando a Cristo a los hombres, ni a
los hombres a Cristo.
¿Qué es a lo que nos invita la
Iglesia desde hace más de cien años?, yo creo que desde los comienzos de la
Doctrina Social de la Iglesia, desde la “Rerum Novarum” de San Pío X, que
trataba de una cosa que fijaros si tendría o daba la impresión de que no tuviera
nada que ver con el contenido de la Relación, era la cuestión obrera, y la
cuestión del salario que había que pagar a los obreros, y la cuestión de la
separación entre clases sociales, entre obreros y patrones, al hilo de la
Revolución Industrial. Tan poco eso ha penetrado en la vida de la Iglesia que
cien años después, Juan Pablo II, en la Encíclica “Centesimus Annus”, todavía
tiene que justificar, y por qué un Papa, hace ya cien años, se ocupaba de una
cuestión como era la cuestión obrera.
¿A qué viene esto? A que no estamos afirmando
a Cristo, por lo menos no estamos afirmando al Cristo que es Señor, Señor de
todo, Señor de la Creación, Alfa y Omega del Cosmos, Aquel que todo ha sido
creado por Él y para Él y todo tiene en Él (la traducción española dice ahora mismo,
la litúrgica, “todo se mantiene en Él”) su consistencia, es decir, el ser de la
Creación está hecho de alguna manera del Ser del Hijo de Dios. La Creación no
es algo que está fuera de Dios, es una participación en el Ser de Dios, porque
si fuera algo que está fuera de Dios, Dios sería ese ingeniero de la modernidad
que la modernidad ha hecho bien en descartar, porque desde el momento en que
separamos a Dios de la realidad, Dios se hace sumamente cuestionable. La
Creación es como una especie de derramarse de gratuidad, de la gratuidad desbordante
de Dios, que ha entregado toda su vida, todo su Ser a su Hijo, y que crea y
crea al hombre, su criatura, la única criatura que Dios ha amado por sí mismo, justamente
para unirlo a Sí mismo, es decir, para multiplicar su amor, su Ser, por así
decir, porque su Ser y su Amor son lo mismo.
Con lo que estoy diciendo ahora, lo
que quiero subrayar es una cosa en el fondo muy sencilla, aunque nos suene un
poco rara. Y es que hay cuatro ámbitos, identifico yo, sin los cuales, es
decir, si mantenemos separada de esos ámbitos la afirmación de Cristo y la fe
en Cristo, y la vida de la Iglesia y nuestra relación con Cristo, estamos empobreciendo
a Cristo, estamos no siendo fieles a la Tradición de la Iglesia, estamos contribuyendo
de una manera o de otra a la secularización y a la pérdida de la fe.
Esos cuatro ámbitos son el primero
de todos la sexualidad y la familia y el matrimonio. No se puede entender el
designio salvador de Dios sin una referencia al matrimonio, tal como Dios lo ha
creado; pero, al mismo tiempo, no se puede entender el matrimonio sin una
referencia al designio salvador de Dios, porque el matrimonio se revela y se
descubre, se desvela en su plenitud justamente en la relación de Dios con su
pueblo que se consuma en la alianza que es la Encarnación, y se consuma, si
queréis, en la alianza, que es la Pasión y la muerte de Cristo, donde el grano
de trigo se siembra en nuestra tierra, se une a la tierra para florecer como
espiga llena de fruto. Ese es el primer ámbito. Y por lo tanto, no se puede
hablar de Cristo sin tener ese horizonte de la sexualidad, del matrimonio, de
la vida familiar, del amor humano y de las distintas formas que el amor tiene en
la experiencia humana, y de la relación que existe entre ellas. Y no solo por
la categoría de esposo y esposa. Recordad que para nosotros es esencial la
categoría de padre o la categoría de hijo. Estamos en el mismo terreno: si
separamos a Cristo, al final Cristo termina siendo una abstracción y nuestra
vida humana, nuestra vida de padres o de hijos, no está iluminada por Cristo.
Otro ámbito es el del trabajo
humano. Hago referencia a una de las primeras también encíclicas de Juan Pablo
II, porque no existe vida humana sin trabajo humano; no existe vida humana sin una
relación con la tierra, en la que transformamos la tierra y la ponemos al
servicio de los designios de Dios, no de los intereses del hombre. Ahí es donde
la encíclica última del Papa, pero recogiendo una tradición, que es verdad que
no es muy antigua, porque nunca han tenido los hombres los medios de destruir
la tierra, pero hoy los tenemos, hoy corremos el peligro de que la tierra sea
destruida, de que la tierra quede inutilizada para la vida humana por nuestro
uso del poder del que disponemos, por tanto esa preocupación no existía cuando
ese peligro no existía, pero esa preocupación existe y no existe solo desde la
última encíclica del Papa.
Y luego está la economía. Hay
encíclicas. Es verdad que la Iglesia no es portadora de una ciencia económica,
pero sí que es portadora de unas categorías, de unos criterios. El modelo de la
economía es la Eucaristía, como el modelo del matrimonio es la Eucaristía, como
el modelo de la producción es la Eucaristía y como el modelo de la polis, que
sería el último, la presencia y la construcción de una polis de acuerdo con el
designio de Dios es la construcción de la ciudad de Dios en este mundo. ¿Y
dónde la ciudad de Dios se realiza misteriosa y simbólicamente? En la
Eucaristía. ¿Dónde la economía de Dios se revela? Se revela en Cristo, que se
entrega. Para rescatar al esclavo, entregaste al hijo. No es una economía de
intereses. Es una economía de gratuidad, pero la Eucaristía es un admirable
intercambio, primero de palabra, después de gestos -te ofrecemos nuestro pan y
nuestro vino, bien pobres-, y Tú nos los devuelves hechos tu Cuerpo y en tu Sangre.
Ese es el modelo de una economía verdaderamente humana porque esa es la
economía de Dios.
Estamos en las antípodas de lo que
hoy domina el mundo, ya lo sé, pero no me importa, no me importa en absoluto.
El Papa ha dicho en la última encíclica “hay que redefinir el progreso humano”,
pero un progreso tiene que redefinirse siempre con respecto a una meta, un fin.
Si no, ¿hacia dónde progresamos? Podemos progresar a toda velocidad hacia un
precipicio y correr a toda velocidad hacia un precipicio; eso no es progresar,
es correr mucho, pero correr mucho hacia la muerte. Entonces, no se puede
hablar de progreso sin hablar de la meta, como no se puede hablar de moral sin
hablar de la meta, del significado y del fin de la vida humana. Entonces, “redefinir
el progreso” significa redefinir cuál es la meta de la vida humana, que se nos revela
en Cristo y a la luz de esa meta construir esas cuatro dimensiones, por decir:
la dimensión del matrimonio y la familia, la dimensión del trabajo y de la
transformación de la tierra, la dimensión de los intercambios entre hombres,
que es la economía, y la dimensión de la convivencia humana, que es la polis. Esas
cuatro dimensiones son esenciales y ahí es donde, un poco al estilo de Santo
Tomás, hay que buscar las preguntas y las respuestas más lúcidas, las
comprensiones de esos fenómenos, las más inteligentes, e iluminarlas desde
Cristo, y mostrar desde Cristo por qué ciertas respuestas no valen, y por qué
ciertas respuestas son parciales, son pobres, o son falsas, o son mentirosas, o
nos orientan hacia nuestra destrucción, en cualquiera de los cuatro ámbitos.
Y luego, dejarme decir, yo sé que
esto es más que una homilía pero, como estamos solos, me permito el lujo. O
como dijo Roberto Benigni presentando el último libro del Papa: “Me han dicho
que sea muy breve, pero no he tenido tiempo de hacerlo breve”.
Quiero decir que esos cuatro ámbitos
no os creáis que uno dice “yo me ocupo de este y me olvido de los demás”. No.
El trabajo en la tierra está profundamente ligado a la política; la política
está profundamente ligada a la sexualidad; la sexualidad está profundamente
ligada a la economía. Hay una especie de, digo el término técnico, perijóresis,
circunciesio, es decir, están tan profundamente implicadas entre sí que no se
pueden aislar uno de otro. Y eso hoy está muy claro, se ha puesto muy de
manifiesto. Es decir, la economía tiene intereses enormes en el tema del aborto,
por ejemplo, pero enormes, y cuando digo intereses digo intereses de miles de
millones de dólares. La política se pone a definir qué es el matrimonio; dices,
pero si lo que los políticos tienen que hacer es carreteras y aeropuertos y
trenes, ¿quién les ha dado permiso para que se metan en ese charco?, ¿por qué
se meten? Porque son inseparables. Por tanto, nosotros no podemos decir “bueno
sí, nos vamos a preocupar mucho del matrimonio y de la familia, y nos
preocupamos de sostener a los matrimonios y a las familias”, pero si no
sostenemos una economía diferente, si no abrimos al menos el horizonte de
esperanza hacia una producción y economía diferentes, no estaremos sosteniendo a
la familia. Nos faltarán piezas en el puzzle. Todo lo humano se abre a Cristo y
Cristo da respuesta a todo lo humano; y si no, no es el Señor. Por lo tanto, no
es el cristianismo histórico el que nació en la mañana de Pascua lo que estamos
predicando, es otra cosa.
Vamos a pedirLe al Señor que nos
ayude a tener nuestro corazón abierto en 360 grados a las preguntas y a las
respuestas, y sobre todo al Misterio de Cristo en la Eucaristía, donde está el
acontecimiento cristiano de una forma que puede iluminar todas las preguntas de
los hombres y todas las dimensiones de la vida humana, sin dejar ninguna fuera,
y no hay ninguna que no nos interese como cristianos y no hay ninguna que no
nos interese como sacerdotes. Todas, todas, son nuestra tarea. Porque Cristo es
nuestra tarea y no hay otro nombre bajo el cielo del que los hombres podamos
esperar la salvación.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
28 de enero
de 2016
Monasterio de la Cartuja (Granada)