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El Bautismo de Juan

Bautismo del Señor. Ciclo C

Fecha: 10/01/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 618, 6-7



    ENTRE nosotros, “bautismo” y “bautizar” son palabras que se refieren propiamente sólo al sacramento por el que nos hacemos miembros de la Iglesia e hijos de Dios. Por pasajes como el del evangelio de hoy sabemos que Juan también bautizó en el Jordán, y el propio Jesús recibió ese bautismo antes de comenzar su misión. Pero bautismo y bautizar son dos palabras de origen griego que antes de ser usadas por la Iglesia con ese sentido tan preciso tenían un significado más amplio: bautizar significa propiamente “sumergir”, y en voz pasiva “lavarse, bañarse”. Ya antes de la época de Jesús, los judíos se habían servido de esta palabra en la traducción griega del Antiguo Testamento que se usaba fuera de Palestina, para referirse a baños y abluciones de carácter religioso. El mismo Nuevo Testamento que se usa en este sentido, como muestra este pasaje de San Marcos: “Pues los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bautizan (se bañan), no comen; y hay muchas otras cosas que observan por tradición, como el bautismo (la purificación) de vasos, jarros y bandejas.

    Así, pues, vemos que a los judíos les eran familiares los ritos de purificación y los baños de carácter ritual; ya en el libro del Levítico se prescribe así la purificación del que ha padecido lepra. “El que se purifica lavará sus vestidos, se afeitará todo el pelo, se bañará en agua y quedará limpio”. Normas semejantes, multiplicadas y determinadas cuidadosamente por los rabinos, existían para otras clases de impureza legal, como hemos visto en el pasaje de San Marcos que hemos citado; y entre la secta judía de los esenios, tales abluciones eran aún más frecuentes, si bien los documentos hallados junto al Mar Muerto, que aluden  a ellas frecuentemente, no permiten precisar ni su forma ni el ritual que las acompañaba.

    Todos los baños y abluciones no tenían más tenían más alcance que el de una purificación ritual; pero hay una costumbre judía, atestiguada para una época ligeramente anterior al cristianismo, que presenta más parecidos con lo que se llama “el bautismo de los prosélitos”, que formaba parte del rito por el que un prosélito era recibido en la sinagoga. El recién convertido bajaba al agua en presencia de testigos y se sumergía en ella completamente; así expresaba su resolución a cambiar de vida, y entraba a formar parte del pueblo judío.

    Todo esto no quiere decir que el bautismo de Juan -y menos aún el bautismo cristiano- no tengan más importancia que estas prácticas que se daban en el judaísmo o incluso en otras religiones. Es verdad que la necesidad, experimentada por el hombre de todas las religiones, de purificarse de sus pecados antes de acercarse a Dios, se ha expresado con frecuencia mediante ritos de ablución o baños de agua; pero el verdadero alcance del bautismo de Juan no le viene de ahí, sino del hecho de que él lo propone como una preparación inmediata al Reino que está a punto de venir, como el alcance del bautismo cristiano radica en la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo. Lo que sucede es que nosotros comprendemos mejor la posibilidad práctica de un tal rito y su riqueza de significación al conocer mejor el sentido que tenían titos semejantes en el ambiente en el que Juan Bautista y Jesús han vivido.


F. Javier Martínez

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