III Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Fecha: 24/01/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 620, 6-7
La lectura de la Misa de hoy - los primeros versículos del evangelio de San Lucas- nos da ocasión de hablar de cómo y para qué se escribió el tercer evangelio. Esta especie de presentación general es útil además porque las lecturas de la Misa de este año están tomadas en su mayoría de este evangelio.
En los primeros versículos, el evangelista ha seguido la costumbre, muy extendida de la época helenística, de dedicar su obrar a algún personaje importante por medio de una especie de prólogo o párrafo preliminar. Este Teófilo (nombre que significa “Amigo de Dios”) a quien San Lucas dedica su obra no es un personaje simbólico, ya que entonces el autor no le habría llamado “ilustre”, con un término ceremonioso que no era efectivamente frecuente entre los cristianos. Sin embargo, no sabemos quien era, a pesar de que la tradición hizo de él un obispo de Antioquia. Tampoco podemos decir con exactitud si estaba o no bautizado, aunque el prólogo parece suponer que sí. El hecho de que San Lucas le dedique el evangelio no significa que éste fuera destinado a su uso personal: en efecto, la dedicatoria de un libro a una personalidad de rango tenía como fin, según las costumbres de la época, asegurar a la obra la obra la mayor publicidad posible.
En este prólogo, que ya nos da idea de que San Lucas era un hombre culto, familiarizado con los buenos usos griegos de su tiempo, se emplean una serie de expresiones que podrían ser las de un historiador profano: el autor ha consultado los testigos oculares de los acontecimientos, y ha llevado a cabo una minuciosa y exhaustiva investigación, a fin de ofrecer un fundamento sólido a las enseñanzas recibidas por aquel a quien dedica su obra. Efectivamente, los estudios piensan que este evangelio se interesa más por la historia de los otros, que parecen más bien destinados al uso litúrgico; es decir, a ser leídos en las reuniones litúrgicas de la primitiva Iglesia. Por eso, San Lucas, si bien con sobrias alusiones, es el único en situar la historia de Jesús en el marco de la gran historia, hasta dar una fecha determinada: San Juan Bautista empezó a predicar en el año 15 del imperio de Tiberio César. Igualmente, el mismo autor reconoce que él no ha sido testigo de primera mano; más aún, otros han escrito yo antes que él; y en efecto, San Lucas, a pesar de que casi la mitad de su evangelio contiene tradiciones que le son propias (es decir, que no aparecen en los evangelios de San Marcos y San Mateo), ha debido utilizar fuentes escritas, y entre ellas, un relato evangélico semejante al de San Marcos; pues bien, en lugar de mezclar sus propias tradiciones con las de sus fuentes, ha conservado incluso el orden que éstas tenían, intercalando en grandes paréntesis los relatos que había recogido por otra parte; y a pesar de saber escribir un magnífico griego, como lo muestra, por ejemplo, el prólogo, ha conservado expresiones incorrectas o maneras de hablar propias de Palestina; rasgos todos ellos que nos dan prueba de la honestidad de San Lucas como historiador.
Pero todo esto no debe engañarnos: el evangelio de San Lucas no es -como tampoco lo son los evangelios de San mateo o de San Marcos -una “vida de Jesús” en el sentido moderno de la palabra. Las enseñanzas que Teófilo ha recibido y a las que el autor desea dar un sólido fundamento, son las “catequesis cristiana”; por tanto, una enseñanza religiosa. Lo que San Lucas intenta es consolidar la fe de sus lectores, y por eso su obra no es -no podía ni quería serlo- una biografía llena de datos fríos, sino un mensaje de Salvación fielmente transmitido, una Buena Nueva, un Evangelio.
F. Javier Martínez