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Pesca en el mar de Galilea

V Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Fecha: 07/02/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 622, 6-7



    Salvo para Jonás, el profeta que huía del rostro del Señor, el mar Mediterráneo no tuvo nunca para Israel el atractivo que tenía para sus vecinos del norte los fenicios. Ello fue en parte debido a que la parte sur de la costa estuvo durante bastante tiempo en manos de los filisteos; y en parte a que el litoral palestino, invadido por las dunas y las marismas, está menos dotado de puertos naturales que el de Fenicia, en el que Tiro y Sidón eran ya famosos en la antigüedad como centros pesqueros y comerciales.
   
    En cambio, las actividades pesqueras eran intensas en el pequeño mar interior de Galilea, llamado también mar de Genesaret o lago de Tiberiades. Este mar fue el escenario de buena parte de la predicación de Jesús, y con frecuencia se alude en el evangelio -como en el de la Misa de hoy- a la vida pesquera del lago. Una idea de la importancia que tenía la pesca nos la da el hecho de que Betsaida, ciudad de la costa que aparece algunas veces en los evangelios, significa en hebreo “casa de las pesca”, los romanos, durante la guerra judía del 70 d. de J.C., llevaron a confiscar en sus aguas una flotilla de 300 barcos.

    El pescado de Tiberiades era reputado ya en la antigüedad, pues se salaba y exportaba a todo el imperio romano. Al norte de la Jerusalén antigua había una “Puerta de los peces”, junto a la cual estaba, sin duda, los puestos de los vendedores de pescado, aprovisionados por las pescaderías de Fenicia y el mar de Tiberiades. Y en toda Galilea el pescado era, junto con el pan, la comida habitual de la población. De hecho, el mar de Tiberiades sigue abundante en pesca, sobre todo la parte norte. Carpas, barbos, tencas y gobios son, junto con algunas otras especies más curiosas, los peces que se cogen allí con más frecuencia.

    En cuanto a los procedimientos de pesca, se utilizaba el anzuelo, probablemente también la nasa, y sobre todo, las redes, de las habla con frecuencia el evangelio: entre las diversas clases de redes, está el esparavel, red pequeña y redonda que se usa en las aguas de poco fondo y que puede manejar una sola persona (Mc. 1,16); la gran red barredera, “que se echa al mar acoge peces de todas clases; cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen los buenos en cestos y tiran los malos”. Esta red era de unos 400 metros de largo; por eso solían costearla entre varias familias, que formaban como una sociedad de pescadores; una pequeña sociedad de este tipo debían formarla las familias de Simón y la del Zebedeo: los términos de “socios” y “compañeros” que aparecen en el evangelio de hoy, así como los “jornaleros” de que se habla en otro pasaje de San Marcos, permiten suponerlo con suficiente probabilidad.

    Sin embargo, no es a esta red barredera a la que se refiere nuestra lectura, puesto que ésta se arrastraba a la orilla y la de hoy se hace subir a la barca. Quienes conocen las costumbres de Palestina piensan que debe tratarse de una red de tipo intermedio que usan aún los pescadores árabes de Palestina. La red desciende a medida que el barco avanza, y cuando está en su sitio, los pescadores hacen girar la embarcación en sentido opuesto y dan con los remos golpes secos en el agua, asustando así a los peces, que se precipitan en la red. A diferencia de la red nunca se recoge en la playa, sino en el lugar mismo donde se ha lanzado.

    Con una red como la que hemos descrito debió realizarse la asombrosa pesca que aquellos buenos conocedores de su oficio hicieron en nombre de Jesús. Pese a lo que pueda parecer, el conocimiento de todos estos detalles no es inútil, sino que nos pone en contacto con el escenario humano y caliente del Evangelio.


F. Javier Martínez

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