VII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Fecha: 21/02/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 624, 6-7
Se continúa, en el evangelio de hoy, la versión que el evangelista San Lucas nos da del “Sermón de la montaña”. No sin razón notan los estudiosos que San Lucas ha suprimido aquí toda una serie de referencias a la legislación judía, que trae el relato paralelo de San Mateo, y que a los lectores del tercer evangelio, cristianos de origen no judío no les eran tan importantes. En un lenguaje intuitivo, y mucho más expresivo que lo hubiera sido una exhortación abstracta, Jesús recuerda aquí la obligación del amor cristiano, que se extiende más allá de los intereses y de los afectos de los hombres, pues tiene por medida la actitud del padre Celestial hacía nosotros. No vamos a explicar sino alguna de las imágenes usadas por Jesús y conservadas por San Lucas, viendo qué podrían sugerir a un oyente del “Sermón de la montaña”.
El manto y la túnica.
Lo que en este pasaje se traduce por “capa” o “manto” designa una prenda que aparece en numerosos pasajes del Antiguo Testamento. Debía ser bastante amplia, pues los hijos de Israel, la noche en que salieron de Egipto, “envolvieron en sus mantos las artesas de la harina y se las cargaron a los hombros”. En una época antigua, el manto debería ser la “prenda” que se recibía como garantía del préstamo; pues dice así el libro del Éxodo: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque en él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre que va a dormir sino? Clamará a mí y yo le oiré, porque soy compasivo.” Por este pasaje y otros semejantes del libro del Deuteronomio, sabemos que los israelitas, especialmente los de condición humilde, solían dormir sobre su manto, probablemente envueltos en él. Se comprende así que el manto fuera una prenda especialmente necesaria, y que la ley velase para que nadie se viese privado de él. La “túnica”, en cambio, es el vestido que todo hombre llevaba sobre su cuerpo, fuese del rango que fuese; era una especie camisa, dotada de mangas largas o cortas, y a menudo llegaba hasta los pies. Vemos así la fuerza de las palabras de Jesús: “Al que te quite el manto, no le niegues la túnica.”
Los préstamos.
Según una ley del Antiguo Testamento, el préstamo entre israelitas debía hacerse sin interés alguno: “No prestarás a interés a tu hermano, ya se trate de réditos de dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca interés. Al extranjero podrás prestarle a interés, pero a tu hermano no le prestarás a interés, para que el Señor tu Dios te bendiga en todas tus empresas en la tierra que vas a entrar a poseer.” El préstamo a interés se practicaba, en cambio, entre todos los pueblos vecinos de Israel.
Sin embargo, la evolución económica y el ejemplo de los extranjeros condujeron a la violación frecuente de estas leyes. El préstamo a interés es una de las faltas por las que los profetas condenarán a Jerusalén. Según la literatura rabínica, incluso en el templo de Jerusalén se hacían préstamos a interés. La expresión de Jesús en la parábola de las minas: “ Si sabes que soy hombre duro, ¿por qué colocaste mi dinero en el banco?”, da a entender que los préstamos a interés eran uso corriente y admitido.
La legislación judía sobre los préstamos trataba de lograr entre los participantes del pueblo de la alianza un comportamiento de hermanos. El consejo de Jesús en el evangelio de hoy extiende ese comportamiento a todos los hombres.
F. Javier Martínez