Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía con la que se consagró la nueva parroquia de Brácana, con el nombre de Nuestra Señora de las Mercedes.
Fecha: 05/11/2016
Os acordáis de aquel pasaje del Evangelio
de pasaje donde Jesús les decía al grupo de discípulos “con mucho deseo, he
deseado compartir esta Pascua con vosotros, esta Cena Pascual con vosotros”,
justo antes de la Última Cena. Yo os digo casi lo mismo: con muchísimo deseo,
he deseado compartir este momento con vosotros, que es una Cena Pascual en la
que el Cordero de Dios se sacrifica, y se entrega y se da a nosotros.
Cuántas gracias a Dios tenemos que
dar por haber conocido a Jesucristo. Por conocer al Señor. Por saber que
nuestras vidas no es algo que un creador, que se ha desentendido de nosotros, ha
arrojado al mundo, y a este mundo, muchas veces, tan cruel, tan interesado, tan
egoísta (como también lo somos, a veces, nosotros mismos), sino que el Señor ha
tenido una inmensa misericordia con nosotros y ha querido venir -como también
solían decir algunos Padres de la Iglesia- a caminar con nosotros. Camina a
nuestro lado. Camina con nosotros. A hacer con nosotros el camino de nuestra
vida. A san Juan Pablo II también le gustaba mucho esa expresión, decía: “Jesús
se ha hecho, el Hijo de Dios, se ha hecho compañero de cada hombre y de cada
mujer en el camino de la vida”. Y esa compañía suya es siempre buena. Es
siempre buena porque, como Él en su ministerio cuando vivía en Palestina, se
acabó el vino y la alegría en aquella boda y multiplicó el vino y la alegría; no
había panes en aquella multitud que lo acompañaban y multiplicó los panes, y se
acercaban a Él muchos enfermos y les daba la salud y una vida nueva, incluso
algunos que habían perdido la vida. Así a nosotros nos da un vida nueva, nos da
la posibilidad de vivir en este mundo acompañados por Él de una manera que
podamos estar siempre agradecidos, siempre contentos, siempre llenos de
gratitud al Señor porque Él es fiel y nunca nos falta.
Por eso digo, cuánta gratitud,
cuánta alegría podemos dar al Señor por esa misericordia suya con nosotros, a
pesar de que nosotros seamos torpes, mezquinos muchas veces. Cuánta gratitud
tenemos que dar al Señor por eso, porque se ha hecho compañero nuestro de camino.
Ha salvado la distancia infinita que hay entre Dios y nosotros. Fijaros qué
importancia damos nosotros a veces a las pequeñas cosas que nos dividen, que
nos separan, que nos distinguen, y cuando alguien nos hecho algún mal enseguida
nos enfadamos, y a veces esos enfados se guardan mucho tiempo y permanecen, y
todas esas pequeñas cosas entre nosotros no tienen ningún valor, son
pequeñísimas al lado de la distancia infinita que hay entre cada uno de
nosotros y Dios. Y al Señor no le ha avergonzado nuestra pequeñez, no le ha
avergonzado nuestra miseria, nuestras heridas. Decía también un cristiano
antiguo: “como un médico limpio” se acerca a nuestras llagas para tocarlas, y limpiarlas,
y lavarlas, y hacernos resplandecientes, como una novia que se atavía para su
esposo. Eso es lenguaje de la tradición cristiana. Eso es lo que hace el Señor
con cada uno: hacer resplandecer, florecer nuestra humanidad, hacer
resplandecer nuestra belleza de ser imagen y semejanza de Dios.
Os decía que os iba a explicar en
este momento lo que significa parroquia y quiero explicarlo porque es muy bonito.
No sólo el Señor salvó la distancia en aquel momento en tiempo del emperador
Tiberio y luego murió bajo Poncio Pilatos, sino que ha querido quedarse con
nosotros: “Yo estoy todos los días con vosotros hasta el fin del mundo”. Y las
parroquias nacen justo… Al principio, sólo se celebraba una misa en cada ciudad
y todos los cristianos, poquitos, que había en aquella ciudad iban a la misa
con el obispo rodeado de sus presbíteros. Luego, cuando fueron creciendo otras comunidades
cristianas se hizo necesario (no todos podían, había ancianos, al principio se
llevaba la comunión a los ancianos que había en otros pueblos o que había en
otros sitios, o enfermos que no podían venir a la misa, a la única misa que
había en cada ciudad), entonces, se crean las parroquias. Parroquia significa
“junto a las casas”, en griego. Es una designación muy temprana, del siglo III
o el siglo IV. “Junto a las casas”. Es el Señor “junto a las casas”. De tal
manera, que junto a vuestras casas, donde transcurre una parte importante de
vuestra vida, esté presente siempre el Señor. Lo que le ha movido a toda la
historia del pueblo de Israel, desde Abraham hasta la Virgen, y lo que Le ha
movido a derramar su Sangre por nosotros ha sido el amor por cada uno de
nosotros; quiere estar todo lo cerca posible de nosotros, tan cerca que quiere
hacerse uno con nosotros cada vez que comulgamos, cada vez que lo recibimos en
la Eucaristía. Las parroquias son “el Señor junto a las casas”, de tal manera
que desde nuestras casas podamos oír las campanas, que nos recuerdan que Él
está ahí, que está siempre cerca, los días buenos y los días malos, los días
que las cosas salen bien y los días que las cosas salen mal, los días que uno
está muy contento espontáneamente porque es un día muy bonito o porque ha
habido una buena cosecha o porque las cosas han ido bien en casa, y los días
que uno está triste o uno está herido porque se ha portado mal o porque se han
portado mal otros o porque las circunstancias se ponen difíciles y duras y no
hay paz en la casa…, las campanas nos recuerdan que el Señor está cerca,
siempre cerca, y que el Señor no anhela otra cosa que estar junto a nosotros y
estar en nosotros, para que nosotros podamos vivir contentos, sostenidos en la
vida por su amor. Esa es toda la razón de ser de la Iglesia. Esa es toda la
razón de ser del cristianismo: que podamos saber y gustar que el Señor está
junto a nosotros; que nos quiere, aunque nosotros no lo merezcamos, aunque
nosotros seamos pobres, aunque nosotros hayamos metido la pata mil veces,
aunque nosotros seamos torpes y pequeños, porque lo somos y somos pobres
criaturas, pero Él nos ha hecho a imagen y semejanza suya y quiere que
participemos de su vida divina. Y como nosotros nunca podríamos llegar a esa
vida divina es Él el que se ha hecho regalo para nosotros, para darnos su vida y
que pueda vivir su vida en nosotros. Así podemos vivir en la fe, por lo que
hemos dado gracias al principio: Señor, por haberte conocido.
Mi madre, que era una mujer muy
sencilla, solía decir: “Dicen que la fe es un misterio. Para mi, es un misterio
cómo pueden vivir los que no tienen fe”; cómo pueden soportar la vida, y vivir
la vida, y afrontar las enfermedades, y afrontar la muerte, y todas las
mentiras y las trampas de la vida, las pequeñeces de la vida, cómo pueden
vivirlas quienes no tienen fe. Y esa misma pregunta me la sigo haciendo yo. Estoy
tan agradecido, Señor, por haberte conocido. La fe, poder vivir en la fe. Primer
don, el haber conocido a Cristo. Segundo: la esperanza. Por muchas dificultades
y dolores y enfermedades, que Dios sabe cuántas hay en esta vida, la misma
fatiga de ir envejeciendo poco a poco y ver cómo a uno se le acaban las
fuerzas, pero si sabemos que nuestro destino… nuestro destino no es el
camposanto. Ese el destino temporal de nuestro cuerpo, pero nuestro destino es
Dios, nuestra casa es Dios, nuestro hogar es Dios. La muerte no es lo último
nunca. Por eso, nos llama la atención que en un funeral demos gracias y digamos
que “es justo” darte gracias y que “es nuestro deber y nuestra salvación darte
gracias siempre y en todo lugar”. ¿Por qué?, ¿por qué se ha muerto mi padre? ¡No!
La damos por Jesucristo, que me ha abierto el horizonte de la vida eterna, la
fe, la esperanza; la esperanza que no defrauda, porque tenemos la experiencia
del bien que hace en nosotros el amor infinito de Dios, y el amor, porque el
Señor nos permite vivir en un amor que es más grande que todas las pequeñeces
que nos podemos hacer unos a otros.
Estoy hablando en un lenguaje muy
alto para vosotros, para los niños, y sin embargo sois los preferidos del Señor.
Pero cuando vosotros os peleáis en la escuela, porque te han cogido el gorro,
porque te han cogido el lápiz, porque no quiere darte algo de las chuches que
está comiendo el otro o la otra, o porque a esta niña le dicen que es muy lista
y muy buena y a ti te dicen que eres regular nada más y, entonces, te da rabia
y te dan ganas de tirarle a la otra del moño…, todas esas cosas, nada de eso
impide, cuando conocemos al Señor y sabemos el amor que el Señor nos tiene,
nada de eso impide que nos demos cuenta que la vida es para aprender a
querernos. No sabemos querernos. Sabemos tirarnos del moño, eso sí, y enfadarnos
y decir mentirillas de vez en cuando, cuando mamá pregunta “¿y quién se ha
comido la mermelada?”, y si miráis al hermanito, decís “¡yo no he sido!”, a ver
si cae para el hermanito. Eso lo sabemos hacer, pero querernos nos lleva toda
la vida aprender a querernos. Y sólo con la ayuda del Señor vamos aprendiendo a
querernos cada vez mejor, cada vez un poquito más, cada vez de una manera más
bonita. Pero Jesucristo nos da la fe, la esperanza y el amor, algo para lo que
estamos hechos; estamos hechos para vivir en el amor, pero no podríamos vivir
solos si no fuera porque el Señor nos acompaña.
Vuestra parroquia -digo vuestra
parroquia, Dios mío, la habéis hecho entre todos y es precioso- es el “Señor
junto a vuestras casas”, para que llene esas casas, vuestras familias, con su bendición,
y así se lo pido con toda mi alma. Vamos a terminar la consagración llenos de
alegría y con el gozo permanente de que el Señor… no está la lucecita del Sagrario,
pero esa lucecita, una vez que pongamos ahí al Señor, estará día y noche, fiel.
Aunque nosotros nos olvidemos de Ti, Tú nunca te olvidarás de nosotros, Señor.
Esa es nuestra esperanza. Esa es la fuente de nuestra alegría. Proclamamos la
fe.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
5 de noviembre de 2016
Parroquia de Nuestra Señora de las
Mercedes (Brácana)