Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía de clausura del 45º Congreso Nacional de Hospitalidades Nuestra Señora de Lourdes de España.
Fecha: 12/11/2016
Queridísima
Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, pueblo santo de Dios,
representado aquí esta tarde principalmente por los representantes de las
Hospitalidades de Lourdes de distintas diócesis de España y también de la
nuestra;
muy queridos sacerdotes concelebrantes, y saludo así por no señalar mas que
uno, al padre Xavier, que representa a la Diócesis de Lourdes y a su pastor
aquí en medio de nosotros;
queridos amigos:
Se acumulan esta tarde las
celebraciones. Primero, es un gozo estar unidos, y unidos por el amor a Nuestra
Madre, la Virgen de Lourdes, la Inmaculada Concepción, que yo no sé si todos lo
sabéis, pero tiene un lugar predilecto, en cierto modo, en la Diócesis de
Granada, porque en una Abadía que se construyó a las afueras de la ciudad después
de las confrontaciones entre moriscos y castellanos del norte que habían
venido, unos 30 ó 40 años después, pero que permanecían ocultas, se construyó
una abadía para unir a las dos comunidades de algún modo en torno a la devoción
al Corpus, es decir, al amor a la Presencia viva de Cristo en medio de nosotros,
y a la Inmaculada Concepción.
El origen de esa Abadía tiene sus
orígenes rocambolescos, bellos, muy humanos, muy bonitos también, en un
sentido, pero su finalidad era unir a dos comunidades que no había manera de
unir. Y aquella Abadía, que fue una universidad desde el primer momento, los
estudiantes hacían un voto (estamos hablando de 1609) y ese voto era defender
con su sangre la verdad de la Inmaculada Concepción como parte de la fe
cristiana. Esa universidad ha durado hasta el siglo XIX y luego como un colegio
de niños y adolescentes y jóvenes, interno, hasta los años 70 del siglo XX, y,
si Dios quiere, renacerá en otro momento, quizá de otra manera, pero aquella
Abadía ha hecho que la Inmaculada Concepción sea la imagen más repetida en
Granada, más venerada también. Y justo en un momento en que estaba a punto de
nacer el pensamiento de la Ilustración, que consistía en decir que el hombre se
basta a sí mismo para construir un mundo feliz a la medida de nuestros deseos o,
para decirlo con palabras más recientes y que han sonado más, todos tenemos la
capacidad de que se realicen nuestros sueños.
En ese momento, la Iglesia parece que pone por delante eso que hablábamos ayer, y que el ponente también repitió (ndr. habla de una de las sesiones en el 45º Congreso Nacional), haciéndose eco del Magisterio no solo de Juan Pablo II, sino del Papa Francisco, y de toda la tradición cristiana antigua: la primacía de la gracia, ser cristianos es tener la experiencia de una gracia que hace nacer en nuestro corazón la esperanza y nos permite vivir contentos; contentos en cualquier circunstancia de la vida, reconciliados con nuestra historia, con la historia del mundo, capaces de amar porque somos amados. Afirmar esa primacía de la gracia en 1609 suponía un gesto de valor, y luego el Arzobispo que fundó la Abadía fue trasladado a Sevilla, y a Sevilla se llevó la devoción al Corpus y a la Inmaculada y, por eso, quizá la más famosa, junto con la de Alonso Cano, que está aquí en la sacristía, es la Inmaculada de Murillo, que está en Sevilla. Y Sevilla y Granada rivalizan en su amor y en su devoción a la Inmaculada. Pero Granada jugó un papel nada pequeño en el que se mantuviera en España… de hecho, la plaza más grande de Granada se llama la plaza del Triunfo, pero es el Triunfo de la Inmaculada Concepción. Y si me permitís un detalle casi jocoso, el postre más famoso de Granada se llama pionono, y es un postre que una pastelería granadina quiso hacer para celebrar y para honrar al Papa que promulgó el Dogma de la Inmaculada Concepción.
Estamos en tiempos de ecumenismo y
los protestantes parece que no creen en la Virgen, pero recordad que uno de los
principios fundamentales de la Reforma fue la sola Gracia. La Gracia es la que
empieza todo, y la Gracia es la que termina todo. La Gracia es la que nos da el
ser, nos da las capacidades de amar y de ser buenos y de vivir bien, y nos hace
posible que amemos y que vivamos bien. Y la Gracia es lo que esperamos, porque
lo que esperamos es Dios, y quien nos ha creado es Dios, y quien nos sostiene
en el camino de la vida es Dios. Y eso es lo que vemos reflejado esa humanidad
nueva: María, la nueva Creación, el comienzo de la humanidad redimida, el faro
de la Iglesia, el espejo de nuestra vocación; María nos guía en el camino de la
vida, acogiendo la Gracia de Dios, diciendo que Sí al anuncio del Ángel vino a
ser la Madre del Redentor.
Señor, ayúdanos a acoger la Gracia,
ayúdanos a que Tú seas el centro de nuestra vida y nuestras vidas florecerán;
florecerán en amor, florecerán en misericordia. Amor y misericordia son las
mismas palabras.
Decía que hoy se acumulan muchas
celebraciones: el final de vuestro Congreso, el día de la Iglesia Diocesana, el
final, ya mañana, del Año de la Misericordia. Pero amor y misericordia son dos
palabras. Los Hospitalarios lo sabéis bien, son dos palabras inseparables: la
forma de amar es acercarse al que sufre, la forma de amar es querer al que lo
necesita. La justicia del mundo, del mundo moderno, suele decir que justicia es
dar a cada uno lo que le corresponde, lo que se merece en buena medida, muchas
veces. La justicia en clave cristiana es dar a cada uno lo que necesita. ¿Qué
es lo que necesitamos? Verdad, amor, ternura, misericordia, la caricia de Dios
hecha carne en nuestros hermanos. El Hijo de Dios se hizo carne para que esa
caricia de Dios pudiese acercarse a cada uno de nosotros.
Un Padre de la Iglesia dice: Toda la
razón por la que el Hijo de Dios bajó del Cielo (lo dice de una manera más
bonita que yo) fue para que pudieran llegar a él todos los pequeñitos, como
Zaqueo, y para que pudieran besar sus pies todos los labios, como hizo la mujer
pecadora. Y esa Presencia carnal de Cristo se prolonga en su cuerpo, que es la
Iglesia. Y, yo he visto con mis ojos, se prolonga en vosotros, en las
Hospitalidades, cuando acompañáis a los enfermos, y les acompañáis ¿a dónde?: a
la Imagen de la Virgen, donde Ella nos descubre de nuevo que el Señor no nos
deja solos, que el Señor va siempre por delante de nosotros, que su amor nunca
nos abandona ni deja de amarnos.
Yo le pido al Señor que vuestro Congreso
haya fructificado, haya sido fecundo en estos días, haya sido también un gesto
de comunión, que haya creado lazos de amistad y de comunión entre vosotros, y
le pido que fructifique en cada una de vuestras Diócesis, siendo germen de
amor.
Recordaba yo esta mañana con un
grupo de la Diócesis una frase, que es el título que puso una novelista
americana a una colección de relatos cortos (una novelista católica muy buena, se
llama Flannery O´Connor, para los que les guste la literatura), y puso este
título: “Todo lo que crece tiene que converger”. Y es verdad. Las cosas que
crecen, si crecen en Dios, tienden a la unidad. Una unidad que no es
uniformidad, como los coches, todos iguales, los de una misma marca, no. Una
uniformidad que lleva la riqueza en la que todos nosotros reflejados de algún
modo, de una manera única, la belleza y la gloria de Dios, la imagen de Dios
impresa en nuestros rostros.
Que fructifiquéis, que crezcáis, siendo
germen de unidad en vuestras Diócesis, en las parroquias donde esté la
Hospitalidad instalada y así todos podamos vivir dándoLe gracias al Señor todos
los días de vuestra vida.
Dejadme tan solo añadir, quiero dar
las gracias a la Hospitalidad de Granada, a quienes dieron sus primeros pasos;
quiero dárselas a Adela muy explícitamente, y que nos la cuide el Señor para
que pueda seguir poniendo la misma energía en la peregrinación de enfermos y
cuidando de la Hospitalidad de aquí, de Granada; a todos los que la habéis
hecho posible, voluntarios, miembros de la Hospitalidad, incluso vosotros, que
habéis tenido que venir esta tarde de manera un poco imprevista, gracias a
todos porque habéis hecho posible este bello momento de comunión.
Que el Señor la multiplique y
multiplique la alegría en todos vosotros.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de
noviembre de 2016
Santa Iglesia Catedral de Granada