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“Que el Señor nos conceda el Espíritu de Jesucristo”

Homilía en la Eucaristía del III Domingo de Cuaresma, el 7 de marzo de 2021.

Fecha: 07/03/2021

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo (amada hasta el final y hasta la muerte, como vamos a celebrar de aquí a unas pocas semanas en la celebración del Misterio Pascual);
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
Pueblo Santo de Dios;
queridos amigos todos: 

Se agolpan hoy los motivos de gratitud al Señor y de celebración. Y luego, las Lecturas son potentísimas. Hemos leído la Lectura de la samaritana que pertenece no al Ciclo B, que es el que tenemos este año, pero porque formaba parte de la Cuaresma primitiva desde una antigüedad muy grande. Los últimos domingos de Cuaresma se hacían la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro, porque eran los domingos cuando uno se preparaba de forma más explícita para el Bautismo en la Pascua. Y son textos cargados de poder pascual y bautismal los tres.

Pero digo que se nos agolpan los motivos de súplica, de acción de gracias al Señor en este domingo. El primero de todos, yo quiero unirme desde esta Eucaristía al viaje del Santo Padre a Irak. A la Eucaristía que él ha celebrado esta mañana misma en Qaraqosh, uno de los pueblos del Kurdistán iraquí que han sido cristianos, que son cristianos (era un pueblo totalmente cristiano y que ha sufrido extraordinariamente con las guerras provocadas todas ellas por intereses internacionales que nada tienen que ver con la religión, aunque usen el nombre de Dios, en algunos casos). Pero unas guerras que han destruido una nación entera, han destruido tanto a musulmanes como a cristianos, han sembrado odios de todo tipo para destruir el país –repito- en función de intereses internacionales que nada tiene que ver con la retórica con la que se trata de justificar la guerra.

Que el Santo Padre haya ido a Irak me parece que es una gracia para el mundo entero, de una potencia y de una dimensión… porque nos muestra sencillamente la libertad de la que hablamos tantas veces: la libertad de los hijos de Dios, la libertad para dar testimonio de Jesús y proclamar libremente allí que toda violencia que se escuda en el nombre de Dios es una manera de utilizar el nombre de Dios, indebida, injusta, y que no tiene nada que ver con la religión en principio. Qaraqosh es un pueblo extraordinariamente sufriente y del que miles de cristianos tuvieron que huir, muchos de ellos están volviendo, poco a poco, vuelven a una ruina, pero tratan de asentarse. Son, como se llama muchas veces en el mundo árabe, “el pueblo de la cruz”, y ellos saben que son un signo para el mundo entero de permanecer allí, en la tierra de la historia de salvación, que es una historia de salvación para todos los hombres y para el mundo entero. En Ur de Caldea, justamente en esa región, es de donde partió Abraham y donde empezó la historia del pueblo elegido. Historia de la que provenimos tanto cristianos, judíos, como musulmanes.

El otro gesto grande del Papa (y que de alguna manera tiene que ser un gesto de nuestro propio corazón) es el abrazo a la diferencia, el abrazo y la mano tendida. El Santo Padre había celebrado ya en Abu Dabi un encuentro con la autoridad espiritual e intelectual del mundo sunita, que es la mayoría del mundo musulmán, una gran parte del mundo musulmán, al menos el del Medio Oriente. Y habían firmado el documento sobre la fraternidad humana. Lo ratificó en su viaje a Marruecos. El rey de Marruecos es el protector de todos los creyentes en el mundo islámico, por lo tanto tiene una autoridad espiritual especial, y ahí ratificaron ambos la necesidad de diálogo, de perdón mutuo también, y de deseo de fraternidad en un gesto extraordinariamente fuerte.

Y el mundo chiita, a pesar de lo que la propaganda internacional que ha demonizado todo el mundo iraní, y todo el mundo del chiismo. El chiismo religioso es una comunidad islámica más cercana. Yo, a todos los cristianos de Oriente a quienes los he oído hablar, siempre me decían que era más fácil y espontáneo el diálogo con los chiitas. Se puede rezar mas fácilmente. Tal vez porque su percepción de Dios es más mística y menos legal, menos restringida a aspectos puramente legales.

Pues, damos gracias a Dios por el encuentro del Santo Padre con el Ayatolá Al-Sistani, que es también la autoridad moral grande y mayor de los chiitas. Son caminos hacia la fraternidad que tenemos que promover y buscar por la sencilla razón de que la alternativa a la fraternidad es el odio y la guerra global que no conducen a nada ni dentro de las sociedades, ni entre unas sociedades y otras. Por lo tanto, construir una humanidad verdadera, que es lo que nos hace posible conocer a Jesucristo, conocer esa humanidad verdadera y el deseo de contribuir a ella con todas nuestras fuerzas, y nuestras vidas. Construir esa humanidad verdadera es una tarea para todos nosotros. Y el viaje del Papa supone un ejemplo y un gesto al que yo suplico que nos unamos con espíritu de comunión y con el deseo de que produzca unos frutos muy grandes en aquella zona que es ahora como el centro de “tsunami” de los intereses mundiales, porque es uno de los focos más importantes del petróleo y eso, al final, lo que está detrás de todo ese sufrimiento humano y de toda esa miseria.

Al mismo tiempo, se celebra en la Iglesia el Día de Hispanoamérica. La Iglesia en España celebra el Día de Hispanoamérica. Son miles los misioneros y los cooperantes e hijos de la Iglesia, de nuestras iglesias en España, los que están en países de América Latina. Es verdad que, para nosotros, las circunstancias que hemos vivido este año (estamos apunto de hacer un año de la pandemia, y del confinamiento) son circunstancias duras. Pero no nos imaginamos en absoluto las circunstancias en países como Venezuela, Nicaragua, Perú, Ecuador. Sencillamente, no nos lo imaginamos. Digo eso, y hoy es el Día de Hispanoamérica, y al mismo tiempo yo quiero, lo que estaba diciendo de esos países lo digo también de muchos países de África. Y me gustaría comunicaros con alegría que ayer yo pude recoger con el Arzobispo de Punta-Negra, en el Congo, a cinco personas provenientes del Congo. Tres que van a formarse en nuestro seminario como seminaristas, y luego un sacerdote, que está concelebrando con nosotros hoy, y una consagrada que vienen aquí a trabajar con los emigrantes francófonos, del África Subsahariana.

Yo les decía ayer al despedirnos en el seminario donde se han quedado todos ahora mismo que son un regalo para nuestra Iglesia. Que hay un tipo de globalidad que no nace de los intereses del mundo, ni de los mercados, que es la globalidad del Espíritu y que empezó en el día de Pentecostés, y que para nosotros es una gracia poder recibirlos en nuestra diócesis. Ciertamente, tendréis que aprender nuestro idioma, costumbres, pero también nosotros tendremos que aprender de vosotros, de vuestra fe, de vuestro valor y de vuestro testimonio.

Por otra parte, se siguen acumulando cosas. Esta mañana es el Día Internacional de la Mujer. Hoy había un grupo de mujeres pidiendo una mayor presencia femenina en la Iglesia y yo no tengo más que decir unas pocas cosas muy sencillas. Primero, que la Iglesia es femenina fundamentalmente. La Iglesia es la Esposa de Jesucristo y, por lo tanto, es por naturaleza femenina. Es esposa y es madre. Igual que hemos nacido todos de una mujer, y mi madre es la mujer más querida en mi vida, y mi esposa, la Iglesia que Dios me ha confiado, es junto con ella lo más querido en mi vida. Y quien ha sido llamado a una vocación, a realizar su vocación esponsal en la vida del matrimonio, también tiene la posibilidad de dar la vida por una mujer, como debe hacer todo varón. Quiero decir, que la Iglesia condena, sin paliativos, toda forma de machismo, de explotación, de humillación de la mujer, porque nunca están justificadas. Como no están justificadas la humillación o la explotación de nadie. Los niños son unas victimas frecuentes de esos intereses. Y también hay que defender sus vidas, su vocación a una plenitud grande, a que puedan realizar aquello para lo que han nacido, para lo que todos hemos nacido, que es para una vida grande según el designio salvador de Dios.

Dejadme decir también que parece que es ahora cuando se defiende a la mujer y que lo ha que habido antes ha sido siempre una familia patriarcal. Ahí hay mucho desconocimiento de la historia. Y yo diría que el trato que tiende a convertir a la mujer como objeto, y es sólo vista desde el hombre y desde los intereses del hombre; la confusión entre el amor y la lujuria que es típico de la modernidad, algo que empieza a gestarse con el amor cortesano en torno al siglo XIII. Es en el siglo XIII donde en la Sorbona se prohíbe que las mujeres asistan a las clases de medicina, por ejemplo. Y es en el siglo XIII donde empieza a crecer una forma de amor que, efectivamente, después se desarrolla y crece con el romanticismo y termina en las series de las plataformas televisivas de hoy. Pero que ha habido otras formas de relación entre el hombre y la mujer. Os digo sólo un dato: hay una rama del benedictinismo en Europa, que se desarrolla sobre todo en el mundo anglosajón, en Francia, en el norte de Francia y Alemania, donde había siempre comunidades de hombres y mujeres separados los monasterios. El monasterio de hombres estaba en un lugar y el de mujeres en otro, pero el Superior General del monasterio de hombres y de mujeres era siempre la mujer. Y eso con una sabiduría muy grande porque, justamente eso, era lo que podía evitar que los hombres usasen de su fuerza física, tuvieran algún tipo de prepotencia. La Superior de los dos monasterios, el de hombres y de mujeres, era siempre una mujer.

De esa tradición nace una Doctora de la Iglesia que sabía astronomía. Y las mujeres en esos monasterios se dedicaban sobre todo a la cultura, y los hombres a la agricultura y a la ganadería. Todos estudiaban, en la tradición benedictina el “ora et labora” como una forma de trabajo, pero las mujeres no se dedicaban a sus labores, se dedicaban fundamentalmente al estudio. Esa era su forma de trabajo. Y los hombres tenían un cuarto voto: defender con las armas el monasterio de mujeres en el caso de ataques de bárbaros. Eso tiene muy poquito que ver con el amor cortesano, de donde viene -repito- nuestras ideas confusísimas del amor, amistad, amor esponsal, fraternidad. Hemos reducido todo: el amor es la lujuria y basta.

Yo deseo que todos los anhelos y deseos legítimos del reconocimiento de la dignidad de la mujer se puedan cumplir. También sé que los cambios culturales son algo que se hace poco a poco, pero que hay que defender, por ejemplo, igualdad en los derechos de los trabajos. Claro que sí. ¿Por qué va a ser menos?, si normalmente la mujer trabaja doble, en su casa y atiende a los niños (porque no puede dejar de atender a sus hijos).

Que el Señor nos ayude a todos a caminar por ese camino como hermanos y yo creo que la Iglesia está haciendo en eso un camino grande, y lo hará. Y, no nos equivoquemos, “¿quién es más -decía Jesús- el que está a la mesa o el que sirve?”, “el que está a la mesa”, dijo Jesús. ¿Quién está a la mesa?: la Esposa de Cristo, la Iglesia. ¿Y quién es el que sirve?: Jesús. Esa es la mejor defensa contra toda forma de clericalismo. El ser sacerdote no se entiende en absoluto si se entiende en términos de poder o de mando. El ser sacerdote sólo se entiende en la lógica del Jueves Santo, del lavatorio de los pies. Cristo dijo: “Yo he venido no ha ser servido, sino a servir”. Él es el servidor de la Esposa. Él es el que se deja descuartizar en la Eucaristía, y deja descuartizar Su Cuerpo, para que la Esposa viva. Si algunas de estas categorías fueran penetrando en nuestras costumbres sociales, y también dentro de la Iglesia, vivir sería algo más bello.

San Pablo lo dijo en alguna ocasión: “Ya no hay griego ni bárbaro, no hay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús”. Todos hemos sido llamados como hermanos y compañeros a la misma vocación.

Habéis leído y oído el Evangelio de la samaritana. Santo Dios, ahí Jesús rompió un montón de esquemas, sentarse a hablar con una mujer y además samaritana; pedirle de beber cuando los judíos no tocaban ni siquiera los objetos que habían sido tocados por los samaritanos. Cuántas cosas rompió ahí el Señor, cuántas cosas en los primeros siglos rompieron ahí los cristianos. Tenemos que romper los criterios del mundo. Y seguimos siendo llamados hoy a romper los criterios del mundo, con un criterio que está por encima que es el del designio de Dios bueno para hombres y mujeres, bueno para todos.

Es curioso que la samaritana, esta mujer que había tenido cinco maridos, no probablemente porque era una mujer que había tenido relaciones promiscuas, sino porque a lo mejor cinco maridos la habían repudiado por los motivos que fuera, y se había hartado de ser el juguete de los hombres. Pero el Señor la convirtió en Su primer apóstol. Según el Evangelio de San Juan, que aparece en el principio, ha sido la primera que dio testimonio de Jesucristo e hizo que la gente se acercara a Jesucristo de la misma manera que María fue -como ha dicho tantas veces el Papa Francisco y los papas anteriores- “la apóstol de los apóstoles”.

Que el Señor nos conceda el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu que hemos recibido en el Bautismo, para que nuestras relaciones se construyan desde ese don bautismal, que, por cierto, hace a todo el pueblo de Dios sacerdotes y con un sacerdocio que no pasa. Porque, veréis, el sacerdocio de los sacerdotes, en lo que tiene de ministerial pasará, en lo que tiene de incorporación a Jesucristo no, es un sacerdocio eterno. Pero, en cuanto sacerdocio bautismal, que hace que Cristo sea el centro de nuestras vidas y la meta de nuestras vidas, el sacerdocio del que participamos todos por Jesucristo, hombres y mujeres, ese sacerdocio permanece hasta la vida eterna, permanece para siempre a diferencia del nuestro, que en lo que tiene de funcional está destinado a desaparecer.

Que vivamos todos ese espíritu bautismal que nos da la posibilidad de unas relaciones nuevas, de una vida nueva, de un modo de mirarnos nuevo. Que nos tiene que descubrir que el amor es algo infinitamente mas rico en matices, más poliédrico que esa reducción entre amor, lujuria, que es lo que entienden, por desgracia, muchos chicos en las generaciones más jóvenes: “Me gustas”, “te quiero”, ¡a la cama! No. Eso ni es amor, ni es nada.

Y, sin embargo, estamos llamamos al amor, a querernos, a caminar juntos en el camino hacia Dios, que es nuestra vocación, la de todos, hombres y mujeres.

Que el Señor nos ayude en ese camino y la intercesión de la samaritana también, la necesitamos, que nos ayude a ser apóstoles de Cristo, alguien que me conoce por dentro, que me ama y no se avergüenza de mi, sino que me comunica Su vida como se la comunicó a ella.

Vamos a profesar nuestra fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral
7 de marzo de 2021

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