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Nuestro único problema

XV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Fecha: 07/07/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 458 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 645



Mateo 13, 1-23
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
-«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga. »
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-«¿Por qué les hablas en parábolas?»
Él les contestó:
-«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure."
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:
Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.
Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.  Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.



Por lo general, quien oye la parábola del sembrador, se dispone a analizar el tipo de tierra en la que uno cree encajar. ¿Soy de la tierra llena de zarzas? ¿Soy uno duro, tal vez endurecido, convertido en camino? La parábola se oye (o se lee) como una invitación, casi como una excusa, para hacer examen de conciencia. De suyo, esto es legítimo, puesto que el mismo Señor apunta a ello en el comentario que sigue a la parábola. Pero si es a eso a lo que queda reducido el contenido del texto, se olvidan cosas, se cometen al menos dos errores, dos deformaciones, dos malentendidos graves.

El primero de todos es el de convertirnos en los jueces de nosotros mismos. Eso es algo muy moderno, pero muy poco cristiano. Ni siquiera el Señor invita a ello cuando comenta los diferentes tipos de tierra. Pero, como decía Péguy en esas páginas admirables de El misterio de los Santos Inocentes, nos encanta jugar a pequeños dioses, que diagnostican, y recetan, y se pasan la vida analizándose, y midiendo los adelantos y los retrocesos, hasta que un día se cansan, y tiran todo por la ventana. Porque nunca de esos interminables análisis que hacemos de nosotros mismos y de sus correspondientes propósitos brotará jamás una brizna de esperanza.

El segundo error de esa lectura es olvidarse del sentido propio de la parábola, de su contexto. La parábola responde muy probablemente a una burla, a un momento de dificultad de los discípulos. ¡Qué sarcasmo! Jesús diciendo que el reino de Dios ha venido, que está allí, y los que le siguen resultan ser poco menos que una panda de andrajosos (y gente de mal vivir): unos pocos pescadores de Galilea, algún publicano (esos odiosos ricachones, apóstatas de su fe, que se entendían con los romanos a base de Dios sabe qué chanchullos), unas pocas mujeres, tal vez un antiguo celota (enemigos de Roma, medio terroristas)… ¿Y eso podría ser el reino de Dios? Imposible… Salió el sembrador a sembrar. Y siempre hay fruto. Unos treinta, otros sesenta, otros cien. Pero siempre hay fruto. No temáis, decía Jesús a los discípulos. Y nos lo dice hoy a nosotros.

Benditos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Lo que aquellos ojos veían, lo que habían deseado ver profetas y reyes, y todos los hombres, era a Dios, era la salvación de Dios. Era a Cristo. ¡Y ellos, pobres sin esperanza a los ojos del mundo, lo tenían al lado, delante de sus ojos! Como está delante de los nuestros, sólo que no lo vemos, que hemos desaprendido a verlo, porque son otras cosas el tesoro y la esperanza de nuestro corazón. ¿Se nos ha olvidado que Cristo está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo? ¿Se nos ha olvidado que el Amor infinito está siempre a nuestra disposición en la Penitencia y en la Eucaristía, y en la comunión de la Iglesia? ¿Dónde está nuestra fe? Ése, y no el que la Iglesia tenga enemigos, es nuestro verdadero problema. Nuestro único problema.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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